LA
IDOLATRÍA, EN EL FONDO DE TODO ENGAÑO
FLAVIA, 26 de septiembre de 2004
Me parecen muy interesantes los debates de estos días
acerca del Espíritu y la Norma en el Opus Dei, así
como el problema del "engaño de Escrivá",
en particular los mails de Emeve
(10/9) y Aquilina
(23/9) con los que coincido en muchos aspectos, y el de Dany,
que francamente me parece confuso, y básicamente desenfocado
(sin ánimo de ser agresiva, es así como entiendo).
Debo decir que siempre me ha resultado complicado comprender
porqué se puede o cómo se puede, en un contexto
como el del Opus Dei, en el caso menor, prestar consentimiento
a lo malo, o, en el caso mayor, organizar una institución
negativamente o destructivamente.
Desde esta perspectiva, y conociendo otras instituciones
eclesiales en las que hay cosas negativas, más o menos,
según los vientos y las gentes, me ha impresionado
siempre del Opus Dei, que:
a- lo negativo tenga vigor de ley, sea configurador de concepciones
y prácticas cotidianas destructivas,
b- que se reproduzca en el tiempo y en el espacio, sin que,
estructuralmente, alguien diga: BASTA.
Supongo que esto tiene que ver con los tiempos que corren,
pero sobre todo tiene que ver con lo que dejan de hacer o
encubren quienes deberían tomar cartas en el asunto.
Escrivá y cía montaron una institución
a la medida de un tiempo eclesial muy complicado, en un territorio
muy complejo como fue la España de posguerra, y consiguieron
imponerse y durar en el tiempo con las características
que conocemos.
Lo hicieron en el plano económico, asunto central
en la Obra, en el que, amén de los pequeños
números cotidianos, están los otros, las macronúmeros
de un diseño económico dominante que habilita
la rapiña y el lucro devenido en principio, que es
su modo de pensar en el área, básicamente, porque
es su modo de actuar.
Lo hicieron en el plano sociológico, sobre todo en
España y América Latina, aunque no sólo,
sobre la base de un atraso muy fuerte en ciertos sectores,
atraso en cuanto a la apertura de la mentalidad, aceptación
ciega de moldes y regímenes de valoración social.
El montaje ridículo y anticristiano de los centros
lo manifiesta, en particular en una Latinoamérica estragada
por la miseria.
Lo hicieron en el interior de la Iglesia, caminando siempre
del lado más retrógrado, y apoyados por ese
mismo lado retrógrado que hace del cristianismo una
caricatura, y entiende de la tradición y su riqueza
(y su dinamismo), tanto como yo de física nuclear.
Este último pontificado ha sido el punto cúlmen
de una mentalidad que contiene a instituciones como la Obra,
y ésta es la fuerza de élite de tal perfil "eclesial".
Lo hicieron finalmente, devorando el alma, cuerpo y corazón
de mucha gente, jóvenes, niños muchas veces,
que creímos en la Obra, y en un ideal que, en su boca,
es vacío y contraproducente.
Evidentemente, todos elegimos "bajo la especie del bien",
pero eso no garantiza nada: "donde está tu tesoro
está tu corazón", dice el Evangelio, entonces,
cada cual que se calce el sayo, pues esas cosas se muestran
por sí mismas.
¿Si Escrivá se engañaba a sí
mismo?. Yo me engañé a mí misma mientras
estuve en la Obra, y he tardado largos años en superar
ciertos engaños, y aún tengo mis "cuentas
pendientes".
Supongo que Escrivá se engañaba de un modo
fundamental, ese en el cual perdemos el hilo de la Verdad,
porque perdemos el hilo de las verdades cotidianas, de las
verdades de los demás, de las verdades del tiempo que
nos toca vivir.
Si nosotros, seres limitados, pudiéramos tomar y tener
la Verdad en un puño, definir el Bien en un minuto,
entonces, seríamos Dios, o estaríamos en el
Cielo, y veríamos a la Verdad y al Bien en sí
y ese "saber" sería como un "reflejo"
de la plenitud, pero, mientras andamos en la tierra, tenemos
que ser maestros en el arte de las mediaciones, de resolver
la contingencia, y ahí es donde uno, con mayor o menor
rectitud, puede ser maestro del engaño, autoengañarse
y engañar a otros, o puede vivir la pasión de
la libertad, de obrar la Verdad en las "verdades"
de cada día.
Pienso muchas veces: ¿de qué les sirve a los
"chicos y chicas" de la Obra querer "salvar
a las almas" a como dé lugar, de qué les
sirve buscar la santidad yendo contra su propia naturaleza?...
¿cómo se van a presentar delante de Dios, van
a querer convencerlo de que ellos tienen la "verdad"?.
Recuerdo a Teresita de Lisieux, que decía, "al
final de la vida me presentaré ante el Señor
con las manos vacías", con el gesto del que
espera de la gracia, porque ha hecho de su vida un lugar para
que la gracia habite. ¿No fue eso la vida de la Madre
de Jesús?, ¿No fue eso la vida de Jesús,
que se entregó al final, y también "se
nos entregó" cada día que vivió
en esta tierra, en cada gesto por el que se nos mostró
como modelo de donación?.
Lo dice maravillosamente Satur en su último
correo.
Vivir de la Gracia, vivir de las gracias.
Bueno, lo difícil del Opus Dei es ver cómo
se monta una institución que "para la gloria de
Dios", destruye y lastima.
Por supuesto que hay gente buena en la Obra, que uno puede
guardar buenos recuerdos, que uno "debe" guardar
los buenos recuerdos, si los tiene, pues se trata de nuestra
vida entera, esa que hemos de elegir cada día. Afirmar
lo contrario sería darle a la Obra un poder que no
tiene, que nada tiene en este mundo: destruir lo que Dios
ha hecho de bueno en las cosas que ha creado.
Pero, estructuralmente, no veo que la Obra, por fuera del
plano de la declamación, sea coherente con el mensaje
cristiano, o meramente con el respeto de la dignidad humana,
que para mí es casi lo mismo, cuando no estrictamente
lo mismo. Imagen de Dios somos cada uno.
Sigo pensando que el arte de la fe, no me refiero sólo
al don sobrenatural que nos da Dios, el arte, nuestro "ejercicio"
como creyentes, reside en la capacidad de discernir, de comprometernos,
de configurar nuestra vida en el discernimiento: "no
te harás otros dioses aparte de Mí".
Ahí está el peligro, todo el tiempo: la idolatría,
que, según entiendo, es lo está en el fondo
de todo engaño, la vieja tentación demoníaca:
"seréis como dioses", la tentación
de toda creatura, ponerse en ese lugar que no nos corresponde,
y desde ahí, jugar a ser "dioses".
El Espíritu y la Norma del Opus Dei son para mí
lo mismo: no hay ningún principio o ideal que se pueda
aislar de sus prácticas, de su contingencia, de su
modo de anclar en las vidas concretas.
Si la esencia de la Obra fuera "la santificación
del trabajo cotidiano", no estaríamos aquí,
analizando, tratando de comprender y sanar, de reparar y seguir
andando.
La esencia de la Obra, (o "sus esencias"), se despliega
en ese espacio en el que las "ideas" y las "prácticas"
toman carne y sangre: la vida de sus miembros, los espacios
en los que el Opus Dei interviene, las opciones que hace.
"Donde está tu tesoro, allí está
tu corazón"... "De qué le sirve al
hombre ganar al mundo, si pierde su alma"... "Lo
que hacen con uno de estos pequeños, a mí me
lo hacen".
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