El
gato, el rejalgar, la Iglesia, la Obra... y yo
Flavia, 21 de enero de 2004
Hace varios días que se toca el bendito (nunca en sentido
más propio), tema de la actitud de la Iglesia frente
al Opus Dei.
Este asunto es para mí central...¿por qué?.
Ya comenté en su momento que a mi salida, me puse
en contacto con un congregación de religiosas dominicas
de vida apostólica, y a partir de ese contacto, comencé
a tener una relación muy intensa con la Orden de Predicadores
en general.
Cuando salí del Opus Dei, una salida muy dura, se
mantenía en mí una inquietud vocacional marcada.
Mis problemas en la Obra no estaban ligados a la vivencia
de la castidad, de la obediencia o de la pobreza, sino al
modo en que se vivían allí, por el que se vehiculizan
muchos de los aspectos más mendaces de esa institución.
Yo entré muy joven, y salí muy joven, y como
en un momento de mi vida, todavía adentro de la Obra,
comencé a comprender que entre el mensaje cristiano
y el Opus Dei, había grandes diferencias, mi salida
no fue el final de mi fe, y tampoco de mis inquietudes vocacionales,
que en mi caso las tenía, aunque no para pitar a los
14 y medio, ni para formarme en el "espíritu"
orwelliano de la Obra (con disculpas a Orwell, aludo a sus
libros).
No sé cuantos casos hay de personas que se cuestionan
vocacionalmente luego de haber sido del Opus Dei, sólo
recuerdo una mención a una ex agregada que se hizo
monja de clausura leída en el libro de Carmen Tapia,
pero yo inicié un proceso de discernimiento para la
vida religiosa después de mi salida de la Obra.
Para decirlo en buen romance, pensaba en ser monja.
¿Qué pasó?. En esos primeros años
posteriores a la Obra, la tarea inicial que me plantearon
las hermanas de mi amistad, fue la de una reevangelización
de mi vida.... es decir, "convertirme al cristianismo".
Reconozco que al principio me escandalizó, pues yo
rezaba, tenía una formación doctrinal (eso creía)
sólida, era apostólica... ¿por qué
tenía que "reevangelizarme"?.
Con el tiempo lo comprendí, yo era un fichero ambulante
de reglas interiorizadas, pero de la experiencia de Jesús,
muy poco (contando con mis defectos personales, además).
Desde esa "reevangelización" partió
mi reconstitución psicológica, afectiva, social
(tarea jamás finalizada, pues siempre aparece algún
"dolorcito aquí o allá"). Fue así
que comencé a entender en qué había estado
metida, pues como muchas de las personas que salen de la Obra,
y más a mi corta edad, no alcanzaba a dimensionar el
significado de lo vivido en el Opus Dei, y sus consecuencias.
Total que, luego de un tiempo muy intenso, y experimentado
en el contexto de una fuerte cercanía con estas religiosas,
compartiendo el apostolado, la formación, la vida común,
la oración litúrgica, comenzó mi "discernimiento
vocacional" propiamente dicho. Digamos que lo mío
fue como lo de aquellos conversos, que primero han de forjar
su experiencia de fe básica, antes de pensar en la
dedicación plena a Dios.
La vivencia de ese largo camino del discernimiento, tanto
para mí, como para las hermanas, fue satisfactoria,
ellas pensaban que tenía vocación religiosa,
y yo también.
En sucesivas experiencias de vida comunitaria, pasando semanas,
meses en el convento, en diferentes temporadas, evaluamos
que estaba en condiciones de vivir la vida común, la
oración contemplativa, el estudio y la predicación,
que son los pilares básicos de esa Orden.
¿Cuál fue siempre el obstáculo?.
Aquel dicho que reza: "el que se quema con leche, ve
una vaca y llora", se cumplió, se sigue cumpliendo.
Todo iba bien, hasta que tenía que formalizar, o sea
escribir la carta pidiendo la admisión a la Priora
General, allí todo se demolía, entraba en una
angustia incontenible... tal reflejo de horror dejó
en mí la pertenencia institucional al Opus Dei. Inclusive,
un verano, de vacaciones en la montaña con cuatro hermanas,
forcé mi voluntad al máximo, y escribí
el pedido....pero con iguales resultados, cuando llegó
la fecha de ingreso al postulantado... angustia en forma.
Finalmente, llegué a la conclusión, junto con
ellas, que aún sintiendo en mí esa llamada,
tendría que hacer mi propio camino (sin falsear el
sentido de esa palabra, tan querida para el cristianismo),
pues desde mi perspectiva, si no podía llevar adelante
las exigencias institucionales de la vida religiosa, por mi
"alergia institucional", contraída donde
ya sabemos, entonces era mejor dejarlo así, y seguir,
como dice el profeta Miqueas, "marchando humildemente
en la presencia del Señor".
Podría decirse que todo este asunto de la dificultad
para institucionalizar aspectos centrales de la propia vida
(en este caso como religiosa), es un problema "personal".
De hecho lo es, pues le pasa a una persona en particular,
que soy yo. Pero sería muy necio negar sus raíces,
sus "marcas de origen", si consideramos al menos
dos cosas:
- que la institucionalización que opera la Obra es
total, y sus efectos, ordinariamente nocivos, son muy profundos
en ciertas etapas de la vida, por lo "estructurante"
de ellas. Es decir, que vivir la adolescencia en el Opus Dei
es algo que marca a fondo, y no para bien, precisamente.
- además, el intento que yo estaba tratando de llevar
adelante, en un marco de prolongado discernimiento personal
y comunitario (o sea, no en abstracto, sino "en terreno"),
implicaba un tipo de pertenencia institucional muy fuerte:
ser religiosa de una congregación, por lo cual era
imposible desde mi experiencia no vivenciar "analogías
internas", aunque entre la Obra y la Congregación
las distancias fueran, lo siguen siendo, abismales.
En definitiva, muchos aspectos contradictorios o complicados
de la vida institucional, que otras personas van sorteando
con "libertad interior", a mí se me hacían
muy angustiosos e irresolubles. Recuerdo lo que les decía
a las hermanas: lo más difícil de haber sido
del Opus Dei, es el "borramiento" de la libertad
interior, necesario para lograr la identificación deseada
con la Obra, de Escrivá de Balaguer para abajo, y totalmente
nocivo para crecer humana y cristianamente...y yo doy testimonio
de eso, he ahí mi "rejalgar".
Así, durante todos estos años, he seguido "andando",
como decía el santo obispo Angelelli, "cargando
con mi cruz", tratando, como dice San Pablo, de hacerla
también "mi corona", pues "donde abundó
el pecado, sobreabundó la gracia".
Mi relación con la congregación de hermanas
que mencioné, se mantiene hoy en día, profunda
y fuerte, gracias a Dios, y a su fraternidad diligente.
Visto ya mi "rejalgar", paso al tema del "gato",
de quién le pone el "cascabel algato", cuando
hablamos de la Iglesia y de la Obra.
Por supuesto, que una de mis preguntas más acuciantes
en estos años, ha sido la del vínculo entre
esa Iglesia, de la que formo parte, y en la que, en su momento,
pensaba consagrarme por los votos religiosos, y el Opus Dei.
Esa pregunta, que fue ante todo personal por muchos años,
comenzó a ampliarse, y formularse en tono de alarma,
después de la beatificación, y de la canonización
de José María Escrivá, y por supuesto,
al ir advirtiendo el rol que hoy juega el Opus Dei en la sede
romana.
Dice bien Rulo
Loco, que en este asunto, alguien le tiene que poner
el cascabel al gato, en lo que parece ser un sordera o ceguera
ante lo que la Obra es y representa, para la Iglesia.
Yo no puedo "tragarme", que una institución
sea aprobada por la Iglesia, con una formula tan singular
como es la de una Prelatura Personal, (tema sobre el que espero
expedirme más in extenso en algún momento, no
lejano), siendo esa institución una de las más
cuestionadas públicamente en los últimos años,
y que además la Iglesia haya canonizado a su Fundador,
en un proceso cuyas características "complicadas"
podemos inferir y conocer, por el devenir del mismo, sin "enterarse
de nada".
Simplemente me resulta imposible concebir que el Papa, los
miembros de la Curia y obispos que han intervenido en todos
estos asuntos, no estén en conocimiento de los idas
y vueltas de la Obra...y si no es así, Dios nos ayude
a todos los católicos, pues la estupidez es una materia
muy "resistente" a los cambios.
De lo dicho no se sigue que yo haya perdido la fe, ni la
esperanza, (ni la caridad...), pero sí se sigue, que
hay que mirar las cosas de otra manera, una que tome en cuenta
variables históricas y variables eclesiales, e insertar
el papel de la Obra en la Iglesia dentro de esas variables,
con las difíciles consecuencias del caso.
Creo que el Concilio Vaticano II ha sido clave en este sentido,
pues en él se manifestó una muy profunda necesidad
de "renovación eclesial", parangonable a
la vivida en tiempos del nacimiento del monaquismo, o de las
órdenes mendicantes, o de la reforma carmelitana...esos
momentos de "primavera de la Iglesia", en fin, un
nuevo Pentecostés, como se decía en esos años.
¿Qué cosas se han ido cumpliendo en estas décadas
posteriores al Concilio, de sus enseñanzas, de su espíritu?...
pocas, y más bien, decorativas... casi nada de fondo.
En el Concilio se puso en juego, fuertemente, una nueva eclesiología,
o sea una comprensión de la Iglesia cimentada en una
inteligencia más fiel de la cristología, y por
ello, del Dios de Jesús.
La eclesiología del Vaticano II, llamaba a una lectura
de los signos de los tiempos, después de una larga
noche de desencuentro entre el mundo y la Iglesia, por la
que ésta retomara el sentido profundo de su ser "sacramento
universal de salvación en la historia humana".
"Nos" recuerdo la definición de Sacramento:
signo sensible y eficaz de la gracia, instituido por N.S.
Jesucristo para nuestra santificación.
Todo estos elementos claves de la "sacramentalidad"
eclesial:
- la presencia eficazmente significativa, para "que
el mundo crea",
- el carácter de "mediación", para
que la salvación "la gracia" se haga presente
en la historia humana,
- el ser canal de "la santificación", de
la acción del Espíritu en el tiempo de esa historia,
imponían a los Padres Conciliares, a la Iglesia Universal,
una profunda revisión eclesiológica, que lejos
de los sociologismos o sectarismos, recuperara en el misterio
de la Iglesia, el Rostro de Jesucristo, en el que Dios se
nos revela. Sólo en Él, no hay otro maestro,
ni otro señor.
Por eso, la comprensión de la Iglesia como pueblo
de Dios, con todas sus premisas, y sus consecuencias, resultaba
clave en este contexto, desde ella, como "Lumen Gentium",
se podía hacer un replanteo de su vínculo con
el "mundo": "Gaudium et Spes", de las
fuentes del depósito de la fe: "Dei Verbum",
de la clave teológico- salvífica de la liturgia:
"Sacrosanctum Concilium", de la vida sacerdotal
y religiosa, del ecumenismo, de la educación católica..y
del laicado: "Apostolicam Actuositatem"...
En fin, del "Ubi Petrus, Ibi Ecclesia, Ibi Deus",
donde está Pedro, está la Iglesia y está
Dios, que aprendimos en la Obra, al "Ubi Deus, Ibi Ecclesia,
Ibi Petrus", donde está Dios, está la Iglesia,
y está Pedro... se trataba de "dar vuelta un mundo",
el mundo cerrado de una eclesiología centrada en el
"Extra Ecclesia, nulla salus", fuera de la Iglesia
no hay salvación, para afirmar la centralidad de la
acción salvífica de Dios en el mundo, por la
que podemos decir "Extra Salus, nulla Ecclesia",
fuera de la salvación no hay Iglesia, esto es, la Iglesia
existe para anunciar la salvación.
Me vienen a la memoria, no literalmente pero casi, las palabras
de una de las últimas homilías de Mons. Romero:
"Una Iglesia que se predique a sí misma tendrá
poco que decir, pues es Cristo quien ha de ser predicado".
Disculpen el largo excursus, pero creo que es aquí
por donde se pierde el hilo de los destinos eclesiales de
estas últimas décadas, y en esa "pérdida",
uno se encuentra con los "devenires" del Opus Dei,
y afines.
Como escribí hace un tiempo...cuando en los últimos
años, el Opus Dei ha avanzado en la Iglesia, el espíritu
del Concilio, ha retrocedido... ¿Se acuerdan la "valorización"
que Escrivá tenía del Concilio Vaticano II,
y de los dos Papas "conciliares": Juan XXIII, y
Pablo VI?... Sin palabras.
Al hacer los señalamientos precedentes, quiero puntualizar
todo aquello del Concilio, que aún nos desafía
y que es contradictorio respecto de la doctrina y práxis
"real" de la Obra, no las de los discursos "para
la galería".
¿Quién le pone el cascabel al gato?. Reitero
que Rulo
Loco hace un pregunta simple y clave para todos los
ex miembros del Opus Dei, creyentes o no creyentes, católicos
o no católicos en la actualidad: pues todos hemos sido
parte de una institución aprobada por la Iglesia Católica,
y muchos hemos sido gravemente damnificados...y esa institución
ha permanecido intocada por la autoridad eclesial, a lo sumo,
ha medrado a su costa.
Sinceramente, para mí el asunto es duro... este gato,
es muy esquivo, muy ladino, mentiroso a rabiar, y se las ha
arreglado para atar voluntades y opiniones allí donde
se cocina el "guiso vaticano", es por eso, que el
tema del "gato" que llamamos "la Obra",
y el empeño por que suene algún cascabel que
lo delate eclesialmente, se une con mi "rejalgar"
personal, que no es precisamente haber salido del Opus Dei,
sino haber entrado, con los efectos del caso, de "liberación
prolongada", o de larga duración.
Este asunto disparatado del "rejalgar" de Escrivá
y sus "reflexiones vocacionales", resulta tener
su moraleja, pues, independientemente de cómo llegó
Escrivá a saber que el rejalgar es repugnante (no creo
que lo haya probado, pues otro gallo cantaría, u otro
gato, perdón...), lo cierto es que es también
venenoso, según nos informan diccionarios varios.
Haber estado en la Obra, deja un sabor "repugnante",
y muchas cosas arruinadas, que han de ser restauradas con
gran paciencia... con una energía que no es inagotable...
y la impunidad con la que la Obra se ha manejado y maneja
al interior de la Iglesia, es un asunto bastante "venenoso",
que me cuesta encarar... quiero decir, me cuesta enfrentar
esa lógica de la "obediencia debida", del
"está bien, porque está mandado",
que ha resultado ser la actitud central de los diversos espacios
eclesiales, respecto de la Obra, actitud en la que finalmente
se repliegan, aún los que tienen mejores intenciones,
por acción u omisión.
En fin, que la cuestión parece ser que en cada persona,
en cada creyente, se vive el drama de la Iglesia, y parece
que somos muchos los que necesitamos una "reevangelización"...
pues, como decía cierto pensador francés, "el
poder no se tiene, se ejerce", por eso suele ser más
difícil de enfrentar, más ilocalizable de lo
que se supone.
El poder no es una cosa, es un modo de funcionar. De esta
manera, el poder actual del Opus Dei, muestra un modo de manejar
el "poder eclesial", el mismo que ha sido confiado
por Dios a la Iglesia, pero, claro, para "edificar, no
para destruir".
Nos encontramos entonces, con el salmo 50, y el reclamo de
Dios al rey David, y en él, a todos los pecadores que
somos, y hemos sido, personas o grupos, eso sí, a algunos
más que a otros: "no quiero sacrificios, sino
misericordia..un corazón contrito y humillado".
¿Tendrá la Iglesia, en el corto plazo, la capacidad
de autoexamen, para reflexionar sobre éste y otros
temas centrales, corrigiendo errores, por fidelidad a la verdad?.
No lo sé, la asistencia del Espíritu Santo,
no ha de faltarle nunca...
Y nosotros, los que "ahora estamos vivos", como
decían los israelitas en el desierto... ¿qué
vamos a hacer?...
Yo sé que todas las instituciones tienen su "hora",
las eclesiales, también... ¿qué rol nos
ha de tocar a nosotros, a los ex miembros del Opus Dei en
ésto?... alguien, o unos cuantos, decían hace
un tiempo en la WEB, que también nosotros "tenemos"
una parte de la historia de la Obra, porque la hemos vivido,
porque "sabemos".
Hete aquí que parece que hay un "saber",
que nos ha tocado en "suerte"... que puede complicar
al gato de marras (que recuerdo, llamamos "la Obra"),
y que para muchos tiene los efectos del "rejalgar",
el cual, oh la semántica, es usado como pátina
para fijar la pintura en los cuadros.
Entonces, quitado el rejalgar... qué quedará
de la Obra del dios de Escrivá... ¿serán
sus contornos meros "efectos de realidad", a lo
Balzac?, ¿se responderá por fin a la pregunta
del querido Satur: ¿Alguien
sabe qué es el Opus Dei?...?.
Ya me despido, pidiendo nuevamente disculpas por tanta "letra",
de índole personal y no tanto, pero he querido contarles
algo de lo que pienso, y me preocupa, siempre con recursos
menores al problema en cuestión, pero con el deseo
firme de "andar en verdad".
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