ESTÁNDAR
ECONÓMICO
E.B.E., 11 de agosto de 2004
Es probable que muchos que piden la admisión no experimenten
un cambio de estándar económico (entre otras
cosa, porque la Obra hace una selección en todo sentido).
Sin embargo, para otros el ingreso a la Obra como numerarios
es una transformación visible. Este es uno de esos
casos en los que la Obra «saca de su lugar» a
las personas para ubicarlas en la propia órbita mental
y material de la institución.
Lo que sucede es que específicamente para el
caso de los numerarios- la Obra tiene un estándar material
mínimo para lo que es la vida en un Centro.
La vocación de numerario implica un estándar
económico a partir del cual se construye todo lo demás:
dicho rápidamente, quien es pobre no puede ser numerario.
Por lo cual, el numerario en cuestión necesita, o bien
tener un trabajo que permita sostenerle en ese estándar,
o bien un subsidio que le dispense la diferencia que él
mismo no llega a cubrir.
Ser numerario es como «armarse caballero»: sin
armadura ni caballo, imposible.
***
No estoy pensando aquí la pobreza como un estado de
miseria. La pienso como un nivel de vida que no llega al mínimo
imponible por la Obra. Para más de uno, lo que denomino
pobreza es un estándar normal con alguna que otra carencia.
***
Un grupo numeroso vive del trabajo interno, en la burocracia
de la prelatura, que para no pocos es una forma de subsidio
(habría que agregar aquí las obras corporativas:
aunque no se trate de lo mismo, tienen una semejanza importante).
Los numerarios que a partir de un momento no pueden sostener
sus niveles de ingresos y no son agraciados con algún
tipo de subsidio por parte de la Obra hay que caerle
en gracia a los que mandan- no pueden vivir en un Centro y
son desvinculados de «la vida en familia». Como
dejo claro el fundador, «no se puede ser deficitario».
«
los miembros de la Obra tienen que trabajar,
y ganar por lo menos lo suficiente para vivir y para ayudar,
siquiera un poco, al sostenimiento de nuestras obras corporativas.
Por eso, he dispuesto que, a todos los que vienen a la Obra,
se les pregunte con qué trabajo cuentan para sostenerse»
(del fundador, carta, 15-X-1948, n. 12).
De acuerdo, parece lógico. La pregunta sería
¿sostenerse según qué estándar
de ingresos?
El planteo virtuoso del fundador desde donde exige
con el dedo índice- esconde un fondo un tanto comprometido
la base sobre la cual se asienta y que se puede derrumbar
si se examina en profundidad-.
Aquí habría que plantear una cosa: ¿qué
es ser deficitario? ¿no alcanzar a mantenerse dentro
del estándar económico en el que se mantiene
la Obra? Y si es así, ¿por qué unos reciben
subvención en diferentes formas- y otros no?
¿no será que existen «simpatías
ideológicas» que son las que en definitiva deciden
a quien otorgarle subsidio y a quien no?
Ser deficitario, en la Obra, es únicamente sinónimo
de haragán y de «religioso», esto es, propio
de las órdenes religiosas que no exigen a sus miembros,
de manera incondicional, el autosostenimiento (aunque la Obra
tampoco lo exige cuando quiere).
Esta idea de déficit se aplica para todo, no sólo
para lo económico: el déficit espiritual, el
déficit de salud, el déficit de libertad. Todo
déficit es culpa de la persona que lo sufre, nunca
de la Obra, que fija estándares altos, exigentes, injustificados,
tanto en lo económico como en otros ámbitos.
Así, si falta libertad, es culpa de quien padece ese
déficit. La Obra es perfecta, no necesita examinarse
de nada.
La Obra explota a la gente. Y la gente explota.
***
Para nada asocian en la Obra el «ser deficitario»
con la imposibilidad de mantenerse en el estándar económico
que la institución fija para sí misma y exige
a sus miembros numerarios. O sea, muchos son deficitarios
según el estándar de la Obra, no el estándar
personal bajo el cual terminan viviendo cuando dejan de vivir
en el Centro.
La Obra no permite numerarios pobres porque la Obra no permite
«Centros pobres», esto es, por debajo del estándar
institucional alto. Podría existir un estándar
medio al que denomino «pobre»- pero a la
Obra no le parece «adecuado para los numerarios»
(¡?).
Ese estándar económico alto no corresponde
con la realidad económica de muchos de los que viven
en los centros: es parte de la burbuja que la
Obra construye para que vivan allí los numerarios.
Por eso los Centros muchas veces son subsidiados por uno que
gana un buen salario o directamente por la Delegación.
Y esto es porque la Obra exige un estándar económico
que no dependa de la realidad: así lo «sobrenaturaliza».
Y los numerarios especialmente los subvencionados- creen
que ese estándar material «les es debido»
a su condición de tales.
***
La Obra no sólo saca de su lugar a muchos, también
los devuelve a su sitio cuando ya no los necesita o no le
interesan.
Quienes no alcanzan a dar con el estándar económico
experimentan, o bien la vuelta al estándar económico
de origen anterior a su ingreso como numerarios, son
los casos más numerosos- o bien bajan su estándar
material por primera vez en su vida casos menos numerosos,
aunque posibles porque no cuentan con ahorros y la Obra no
devuelve nada de lo que hayan entregado-.
Es decir, la vocación (de numerario) supone un estándar
económico que está relacionado con ese «llamado
al éxito» y a la eficacia, que se transmite
en la formación de la Obra, estándar que también
tiene como nexo el «estándar intelectual»
-el título universitario, que no es signo de estándar
de inteligencia-.
Todo esto necesariamente supone una diferencia con los agregados:
ellos están «dispensados» del estándar
económico y del estándar intelectual. Esto termina
por definir quienes son los agregados no en todos los
casos pero sí en una medida importante-: numerarios
pobres o que no alcanzaron el estándar. O sea, los
numerarios que no pueden vivir en un Centro (se puede hablar
de agregado camarero pero extraño sería
el numerario camarero, salvo si es joven y lo hace para ganarse
unos pesos para hacer el curso anual).
Esta formación de la Obra facilita la
creación de una sutil mentalidad discriminatoria de
los numerarios hacia los agregados, aunque no sea en absoluto
una ley determinante.
Lo preocupante es la actitud institucional que rige como
normal, que exige a modo de condición inseparable a
la vocación de numerario un estándar económico
mínimo alto. Esta es -en parte, no totalmente- la raíz
de las características elitistas de la Obra.
Dicho de otra forma: no existen los «numerarios pobres»
porque es una contradicción «in terminis»,
como si pudieran existir los «franciscanos ricos»
(en este caso sería un escándalo más
que una contradicción). Se dan las excepciones, por
supuesto, pero son vocaciones «periféricas»,
que no viven en Centros salvo subvención de por
medio- y que no representan a la mayoría. La existencia
de numerarios pobres, además, iría contra la
imagen de prestigio que la Obra muestra de sí misma
del mismo modo que una multinacional-, asociando santidad
esto es, prestigio espiritual- con estándar material.
La cosa va más allá: todos pueden ser santos
pero como no todos pueden acceder al estándar material
«que se pide» a los numerarios, las diferencias
permanecen, a pesar de la «llamada universal»
a la santidad dentro de la Obra.
Cuando la Obra comienza en algún sitio, sin duda esos
Centros son «pobres» en cuanto tienen un «déficit»
que con el tiempo se «subsana». Pero para nada
son una muestra «del pluralismo material» que
pudiera llegar a existir en el estándar económico
que la Obra fija para los numerarios. Esa pobreza es «inevitable»
y «no querida», por eso dura poco. Es un «conceder
sin ceder con ánimo de recuperar».
En cambio, «agregados pobres» pueden existir,
sin que esto sea un problema para su perfil vocacional. De
hecho, muchas veces son los que se encargan de «labores
periféricas» en barrios pobres.
No critico la posibilidad de que algunos o muchos numerarios
puedan ganar bien y mantener un estándar económico
alto.
Mi pregunta es: ¿cómo puede ser que una «vocación
sobrenatural» implique un estándar económico
mínimo alto y esté supeditada a él?
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