DATOS
PARA QUE EL OPUS DEI REFLEXIONE
MELQUI, 17 de junio de 2004
Acabo de revisar la encuesta ¿a qué edad
entraste y cuándo te fuiste?. Y en lo que se
refiere exclusivamente a numerarios
y numerarias, creo que el número de respuestas
es suficiente para apreciar claramente determinadas tendencias,
y en concreto dos líneas claras, una ascendente y otra
descendente, que me gustaría comentar.
1.- Como línea descendente, observamos que, de todos
los exnumerarios, el 72,95 % (casi las tres cuartas partes)
había entrado en la Obra con menos de 18 años.
Este porcentaje, sin embargo, va disminuyendo drásticamente
según va aumentando la edad de ingreso. De tal modo
que los exnumerarios que pitaron entre 18 y 22, suponen solamente
el 23,28 % y los que lo hicieron con más de 22 años,
tan sólo el 4,76%.
Creo que de estos datos se pueden sacar dos posibles conclusiones.
La primera es que es mucho mayor el porcentaje de personas
que entran en la obra con menos de 18 años que las
que lo hacen en edades más avanzadas. Es decir, que
la media de entrada en la Obra es exageradamente joven. Y
la segunda conclusión sería que el índice
de perseverancia aumenta proporcionalmente conforme aumenta
la edad de ingreso. Por lo tanto, y como creo que estos datos
también los tiene la institución, me parece
que si a la Obra le interesa realmente la certeza de la propia
vocación personal y la perseverancia de los que entran
(no sólo el número), lo lógico es que
aconsejaran a los Consejos Locales que se procurase retrasar
lo más posible la edad de ingreso (al menos a los 18
o 20 años) y no, como se hace en la práctica,
adelantarla todo lo que se pueda.
2.- La línea ascendente a la que me refería
la encontramos dentro de cada uno de los grupos de edad por
separado. Tanto en el bloque de ingreso con 14-17 años,
como en el de 18-22, como en el de más de 22, el número
de numerarios que abandonan la obra es menor antes de la oblación,
aumenta entre la oblación y la fidelidad y vuelve a
aumentar entre las personas que ya han hecho la fidelidad.
Y así se repite en cada tramo de edad. Esto es absolutamente
incomprensible en cualquier organización u orden religiosa
que establezca sistemas de prueba o de noviciado. Si los períodos
de prueba se hacen bien, lo lógico es que la mayor
parte de la gente abandone al principio, al darse cuenta de
que no está en su sitio. Lo que no tiene sentido es
que el mayor índice de abandono se produzca entre las
personas con contrato definitivo, que (teóricamente)
ya pasaron todos los controles de prueba, ya conocieron más
que de sobra los compromisos que asumían y su disposición
para aceptarlos..
Creo que de este dato se podrían sacar otras dos conclusiones.
La primera sería que los períodos de prueba
se hacen mal, que en realidad no se enfocan como tales períodos
de prueba. Y ello es así o bien porque la institución
prefiere empujar a los asociados a permanecer dentro a toda
costa o bien porque los asociados no tienen la conciencia
de que realmente estén atravesando períodos
de prueba. Y la segunda conclusión podría ser
que los numerarios tardan mucho en general en conocer realmente
lo que es la Obra, lo que retrasa enormemente la decisión
de que se han equivocado.
Puesto que es evidente que la institución tiene estos
datos, tendría que revisar los períodos de prueba.
Primero, enfocándolos como tales, tanto desde el punto
de vista del interesado como de los directores, sin obsesionarse
con la idea de que la vocación no se pone en
duda. Al contrario, todos deben ser conscientes de que
hay unos períodos establecidos precisamente para ponerla
a prueba. Y segundo, facilitando TODA la información
sobre normas, criterios, espíritu lo antes posible,
desterrando en lo posible la práctica del plano
inclinado que hace inútiles los períodos
de prueba.
No sé si alguien de la institución leerá
esto. Pero si, sabiendo estos datos, no se toman medidas,
amparándose en que "no son más que mentiras",
es o bien porque los que tienen en su mano rectificar son
unos ineptos o bien porque les interesa más la estadística
de los números que el bien de las almas. Y la verdad,
no sé qué es peor.
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