'CAMBIASTE
MI LUTO EN DANZA' (Sal 30, 12)
Esa "escuela de danzantes" que llamamos Cuarema
Autora: Dolores Aleixandre
Teóloga
Biblioteca de l'École Biblique de los dominicos en
Jerusalén: dos de mediodía, allá por
abril del año 87. La sala desierta y yo sentada delante
de una mesa llena de libros y diccionarios, con toda una tarde
de estudio por delante y conectada, como único consuelo,
a una emisora de música clásica a través
de un pequeño transistor. Desde mi vocación
frustrada de directora de orquesta y aprovechando la soledad,
me puse a dirigir con la derecha la Sinfonía 40 de
Mozart, mientras sostenía un libro con la otra mano.
Al cabo de un rato, levanto los ojos y veo a un cura pakistaní,
vecino habitual de mesa, parado en el umbral de la puerta
mirando hacia mí con asombro. Como de lejos mis pequeños
auriculares eran invisibles y sólo percibía
el frenesí descontrolado de mi mano, debía pensar:
"Esta pobre mujer, tantas horas aquí sentada,
ha debido trastornarse un poco...". Hice como que me
rascaba la cabeza para disimular, suspendiendo en el acto
el concierto. De entrada, me reí por dentro por lo
ridículo de la situación, pero luego empecé
a verla como una preciosa parábola: ¿y si la
fe fuera la música interior a la que damos oído,
que nos hace movernos con un determinado ritmo y a realizar
unos gestos incomprensibles para quienes no la escuchan?.
Y cuando decae nuestra danza ¿no será porque
nos hemos desconectado de la frecuencia del Evangelio?
Recuerdo la anécdota al comenzar esta Cuaresma porque
me sigue pareciendo que a este tiempo litúrgico le
quedan resabios de las costumbres preconciliares y están
presentes más componentes de "luto" que de
danza. Es verdad que ya no nos dicen aquello de "Acuérdate
de que eres polvo y en polvo te convertirás...",
ni vestimos los santos de morado, ni necesitamos tomar la
bula (en el colegio nos advertían que no se podía
decir "comprar" porque entonces era simonía,
pecado con nombre propio que me resultaba a la vez amenazador
e interesante). Quizá cantamos otras cosas en vez del
"Perdón oh Dios mío, perdón y clemencia,
perdón e indulgencia, perdón y piedad",
pero aún escucho en alguna parroquia el espantoso "No
estés eternamente enojado" que sigue grabando
en las conciencias la imagen de un dios enfurecido e iracundo,
que se aplaca inexplicablemente cuando nos ve haciendo el
Via Crucis o comiendo los viernes pescadilla en vez de pollo.
Pero eso no son más que anécdotas intrascendentes,
porque creo que hay algo que nos paraliza más es una
excesiva y monotemática insistencia en los aspectos
éticos del cristianismo, que hacen de él una
cuestión fría y sin alegría. Comentando
las consecuencias de fomentar casi únicamente los "imperativos"
en vez de los "indicativos", dice Klaus Berger:
"Es probable, que esta "espiritualidad", quizá
no precisamente dichosa, requiera la ayuda que puede llegarle
del modelo del amor y la alegría. Pues probablemente
por eso hablan tanto los místicos del siglo XII de
amor, de amistad, de abrazar y besar, de alegría contagiosa
y de la ternura del corazón: porque la seriedad de
la vida austera siempre corre el peligro de malograr el alegre
mensaje del Evangelio.(...) Posiblemente son dos las expresiones
fundamentales de la espiritualidad cristiana. Una está
orientada al Viernes Santo, por mencionar un lugar común,
y pone en el centro el pecado, la culpa, el juicio vicario
sobre Jesús y la sentencia absolutoria. La otra está
orientada hacia la Pascua y pone en el centro la alegría,
la bienaventuranza, la transformación y la risa que
tiene por objeto la muerte y el diablo. Y no se trata de contraponerlas
entre sí, sino de reconocerlas como formas complementarias
de piedad." ["¿Qué es espiritualidad
bíblica?. Fuentes de la mística cristiana."
Sal Terrae, Santander 2001, 202.204]
Vivir la Cuaresma desde la insistencia en nuestra necesidad
de conversión como única "banda sonora",
puede tener el efecto contrario de lo que pretende y convertirnos
(mira por donde...) en gente frustrada por no alcanzar tan
altas metas de perfección o, siguiendo la metáfora
de la danza, agarrotados tímidamente en un rincón
de la sala de baile, torpes de pies y duros de oído
para captar la música que intenta seducirnos con su
ritmo, incapaces de aventurarnos en un movimiento que no sabemos
dónde puede conducirnos.
"¿A quién se parecen los hombres de esta
generación? ¿A quién los compararemos?
Se parecen a unos niños que, sentados en la plaza,
gritan a otros: "Tocamos la flauta y no bailáis,
cantamos lamentaciones y no lloráis". (Lc 7,31-32).
Así se quejaba Jesús, tratando de sacudir, por
medio de un refrán popular, la incapacidad de los que
le oían para salir de su anquilosamiento y comenzar
a moverse en otra dirección diferente de la que esclerotizaba
su mente.
Aquí está de nuevo la Cuaresma, dándonos
la buena noticia de que tenemos otra oportunidad para danzar,
como la tuvo para dar fruto aquella higuera estéril
de la parábola de Jesús (Mt 21,18-19). Otra
vez resuena en nuestros oídos la invitación
de la carta a los Hebreos: "Así pues, nosotros,
rodeados de una nube tan densa de testigos, desprendámonos
de cualquier carga y del pecado que nos acorrala; corramos
con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en
el iniciador y consumador de la fe, en Jesús."
(Hb 12,1-2) El término griego archegós evoca
al que va delante, al cabeza de fila, al que inicia la danza,
podríamos traducir nosotros, sin equivocarnos demasiado.
Estas páginas van a tener como telón de fondo
cinco lugares a los que nos convocan los evangelios domingos
de Cuaresma: el desierto de Judea, la montaña de la
transfiguración, el pozo de Siquem, la alberca de Siloé
y la tumba de Lázaro.
Son lecturas que nos sabemos de memoria (¿otra vez
la samaritana? ¿otra vez el ciego de nacimiento? ¡Son
larguísimas...!). De ahí la propuesta de aproximarnos
a ellas solamente desde alguno de sus ángulos, sin
la pretensión inútil de abarcarlas o agotarlas.
Entraremos en cada escena por alguno de sus resquicios, tratando
de escuchar la música que las habita, sin escapar de
las notas desestabilizadoras que resuenan en ellas, aunque
nos creen incomodidad y desconcierto. Asociamos espontáneamente
la presencia de Jesús al perdón, la paz, la
reconciliación o la misericordia y es cierto que en
él encontramos centramiento, armonía y luz.
Pero los textos que vamos a leer nos descubren que también
lo excéntrico, lo paradójico, lo imprevisible,
lo inconveniente o lo intempestivo pueden llevar "marcas"
de su presencia y pueden movilizar lo mejor de nosotros mismos,
con tal que nos dejemos llevar por su ritmo.
En algunos de esos "escenarios de danza" oiremos
además otras voces que desde la poesía, la teología
o la espiritualidad "eleven los decibelios" de la
melodía evangélica y hagan irresistible en nosotros
el deseo de danzar.
Aquí va, como pórtico, uno de esos textos:
BAILE DE LA OBEDIENCIA
Si estuviéramos contentos de ti, Señor,
no podríamos resistir a esa necesidad de danzar que
desborda el mundo
y llegaríamos a adivinar
qué danza es la que te gusta hacernos danzar,
siguiendo los pasos de tu Providencia.
Porque pienso que debes estar cansado
de gente que hable siempre de servirte
con aire de capitanes;
de conocerte con ínfulas de profesor;
de alcanzarte a través de reglas de deporte;
de amarte como se ama un viejo matrimonio.
Y un día que deseabas otra cosa
inventaste a San Francisco
e hiciste de él tu juglar.
Y a nosotros nos corresponde dejarnos inventar
para ser gente alegre que dance su vida contigo.
Para ser buen bailarín contigo
no es preciso saber adónde lleva el baile.
Hay que seguir,
ser alegre,
ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rígido.
No pedir explicaciones de los pasos que te gusta dar.
Hay que ser como una prolongación ágil y viva
de ti mismo
y recibir de ti la transmisión del ritmo de la orquesta.
No hay por qué querer avanzar a toda costa
sino aceptar el dar la vuelta,
ir de lado,
saber detenerse y deslizarse en vez de caminar.
Y esto no sería más que una serie de pasos
estúpidos
si la música no formara una armonía.
Pero olvidamos la música de tu Espíritu
y hacemos de nuestra vida un ejercicio de gimnasia;
olvidamos que en tus brazos se danza,
que tu santa voluntad es de una inconcebible fantasía,
y que no hay monotonía ni aburrimiento
más que para las viejas almas
que hacen de inmóvil fondo
en el alegre baile de tu amor.
Señor, muéstranos el puesto
que, en este romance eterno iniciado entre tú y nosotros,
debe tener el baile singular de nuestra obediencia.
Revélanos la gran orquesta de tus designios,
donde lo que permites toca notas extrañas
en la serenidad de lo que quieres.
Enséñanos a vestirnos cada día
con nuestra condición humana
como un vestido de baile, que nos hará amar de ti
todo detalle como indispensable joya.
Haznos vivir nuestra vida,
no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,
no como un partido en el que todo es difícil,
no como un teorema que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro
contigo,
como un baile,
como una danza entre los brazos de tu gracia,
con la música universal del amor.
Señor, ven a invitarnos.
(Madeleine Delbrel)
1. El desierto de las tentaciones (Mt 4,1-11). La danza
de lo ex-céntrico
Para entender mejor el texto de las tentaciones y qué
es lo que hay en él de qué ex-céntrico,
necesitamos leer lo que le precede y lo que le sigue:
Su contexto inmediatamente anterior es el del bautismo de
Jesús en el Jordán:
"Jesús, una vez bautizado, salió en seguida
del agua. En esto se abrió el cielo y vio al Espíritu
de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Se
oyó una voz del cielo: -Este es mi Hijo, a quien yo
quiero, mi predilecto." (Mt 3,16-17)
Y el texto que sigue a las tentaciones es éste:
"Al enterarse de que habían detenido a Juan,
Jesús se retiró a Galílea. Dejó
Nazaret y se estableció en Cafarnaún, junto
al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí.
Así se cumplió lo que había dicho el
profeta Isaías: País de Zabulón y país
de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los paganos. El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra
de muerte, una luz les brilló. (Is 8, 23-9,1). Desde
entonces empezó Jesús a proclamar: -Convertíos,
que ya llega el reinado de Dios" (Mt 4,12-17)
La escena del bautismo, Jesús escucha la voz del Padre.
Se trata del principal momento teofánico de su vida,
junto con la transfiguración. Mateo se sirve de ellos
para proclamar que la identidad de Jesús consiste en
ser el Hijo amado del Padre. Esa es su identidad y en ella
se le revela que su "código genético"
consiste en ser el Hijo, el amado, el predilecto del Padre,
el objeto de su complacencia. Y podemos entender su marcha
al desierto movido por el Espíritu, como una necesidad
imperiosa de "procesar" en el silencio y en la soledad
esa revelación, de hacer sitio en su interioridad al
deslumbramiento y al asombro. El significado del desierto
no es prioritariamente el penitencial. "La llevaré
al desierto y le hablaré al corazón" había
dicho Oseas (2,16), convirtiendo el desierto en un lugar privilegiado
de encuentro personal y de escucha de la Palabra. Jesús
es conducido a él para acoger la Palabra escuchada
en su corazón en el momento de su bautismo. Hablando
desde nuestra psicología, podríamos decir que
necesitaba tiempo para asentar en los cimientos de su ser
una Palabra que le des-centraba para siempre de sí
mismo y le situaba a la sombra de la ternura incondicional
de Alguien mayor.
Los evangelistas presentan su estancia en el desierto como
un tiempo de lucidez, haciéndonos ver que la relación
filial de la que Jesús ha tomado plena conciencia ha
iluminado de tal manera su mirada, que le ya era imposible
confundir a Dios con los falsos ídolos que le presenta
el tentador: un dios en busca de un mago y no de un Hijo;
un dios contaminado por las vacías pretensiones de
lo peor de la condición humana: poseer, brillar, hacer
ostentación de poder, ejercer dominio.
En la escena de las tentaciones vemos a Jesús reaccionando
lo mismo que a lo largo de toda su vida: aferrado y adherido
afectivamente a lo que va descubriendo como el querer de su
Padre: la vida abundante de los que ha venido a buscar y salvar.
No ha venido a preocuparse de su propio pan, sino de preparar
una mesa en la que todos puedan sentarse a comer. No ha venido
a que le lleven en volandas los ángeles, a acaparar
fama y "hacerse un nombre", sino a dar a conocer
el nombre del Padre y a llevar sobre sus hombros a los perdidos,
como lleva un pastor a la oveja extraviada. No ha venido a
poseer, a dominar o a ser el centro, sino a servir y dar la
vida.
Lo que "salva" a Jesús de caer en los engaños
del tentador es su ex-centricidad, su estar referido al Padre
y a su Palabra, y desde ese Centro recibirá el impulso
de abandonar del desierto, y se dejará llevar por la
corriente de aproximación de Dios comenzada en la encarnación.
A partir de ese momento, lo veremos caminando por Galilea,
entrando en relación, anunciando el Reino, creando
comunidad, buscando colaboradores, acercándose a la
gente, contactando, entrando en casas, acogiendo, curando,
enseñando:
"Jesús recorría Galilea entera, enseñando
en aquellas sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino
y curando todo achaque y enfermedad del pueblo. Se hablaba
de él en toda Siria: le traían enfermos con
toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, epilépticos
y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían
multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén,
Judea y Transjordania." (Mt 4, 23-25)
Mateo, tan aficionado a presentar el cumplimiento de las promesas
proféticas, parece estarnos recordando las palabras
de Isaías anunciando la llegada de los tiempos mesiánicos:
"el niño jugará en el agujero del áspid,
la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente"
(Is 11,8). La enfermedad y de la posesión diabólica
eran ámbitos de impureza, de oscuridad y de muerte
pero Jesús se introduce en ellos con la misma "inconsciencia"
y falta de miedo del niño de la profecía de
Isaías.
Como si el arresto de Juan, en vez de atemorizarle o silenciarle,
le hubiera dado motivación y energía para ponerse
a anunciar el Reino. Mateo no nos hablará de su miedo
("se hizo igual a nosotros menos en el pecado...")
hasta el huerto de Getsemaní (Mt 26,38).
Invitados a la danza de lo ex-céntrico
Giro y vuelta, parece proponernos el evangelio de este domingo:
dad un brinco fuera del espacio estrecho y asfixiante de lo
que os atrae como el remolino de un sumidero, y sólo
os permite girar en círculo, repitiendo siempre las
mismas ideas, las mismas preocupaciones, las mismas imágenes
sobre vosotros y sobre Dios.
Escapad de ese falso centro que os promete la posesión
de las cosas, reíos de vuestra propensión a
trepar a los "aleros del templo" para atraer desde
allí admiración o buena opinión de la
gente, porque casi nadie levanta la mirada hacia arriba y
prefiere mirar los escaparates o la TV.
No os empeñéis en plantar la banderita de vuestro
nombre en la cima de algún monte, ni os fatiguéis
aparentando parecer lo que no sois. Dejad que Jesús,
el "archegós", el iniciador de vuestra fe,
os conduzca hacia el Dios a quien él conoció
en el desierto: un Dios que no exige de vosotros proezas ni
gestos espectaculares, sino solamente vuestra confianza y
vuestro agradecimiento. Un Dios que os dirige su Palabra no
para imponeros obligaciones o para denunciar vuestros pecados,
sino para alimentaros y haceros crecer. Un Dios al que no
encontraréis en los lugares de prepotencia o de la
posesión, sino en los de la pobreza y la exclusión.
Dejaos bautizar por el nombre nuevo que El ha soñado
para vosotros desde toda la eternidad. Acoged con asombro
agradecido que os diga: Tú eres mi hijo, te he llamado
por tu nombre, tu eres mío. Tu vida no está
programada desde el mercado, ni eres una fotocopia del consumidor
ejemplar, no eres un "ciudadano NIF", ni un espectador,
ni un súbdito del rey Euro. Eres alguien bendecido,
eres mi hijo amado. No eres clónico de nadie, eres
único y el Pastor te reconoce por tu nombre.
Y aprended también del Maestro a poneros en camino
en dirección a los otros. Lo mismo que él, acortad
distancias, tended manos, invertid en relaciones, haceos amigos,
liberaos de cosas y enganchaos a personas, discurrid cómo
incluir, incorporar y tejer redes y disfrutad al sentaros
con otros en el banquete de la vida.
2. El monte de la transfiguración (Mt 17,1-13).
La danza de lo paradójico
El texto de la transfiguración en Mateo comienza por
un dato significativo: "Seis días después...
"Inevitablemente el lector se pregunta qué es
lo que pudo ocurrir de tanta importancia seis días
antes y se encuentra en el contexto anterior con el anuncio
de la pasión:
"Desde entonces empezó Jesús a manifestar
a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén,
padecer mucho a manos de los senadores, sumos sacerdotes y
letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día Entonces
Pedro lo tomó aparte y empezó a increparlo:
?¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará
a ti eso! Jesús se volvió y dijo a Pedro: ?¡Retírate,
Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas al modo humano,
no según Dios. Entonces dijo a los discípulos:
El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga. Porque si uno quiere salvar
su vida, la perderá; en cambio, el que pierde su vida
por mí, la salvará. A ver, ¿de qué
le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿Y
qué podrá dar para recobrarla? Porque este Hombre
va a venir entre sus ángeles con la gloria de su Padre,
y entonces pagará a cada uno según su conducta.
Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán
sin haber visto llegar a este Hombre como rey". (Mt 16,21-28)
Este es el pórtico de entrada a la escena de la transfiguración
y su función parece ser la de evocar el caos y la tiniebla
anteriores al día primero en el que dijo Dios: "Que
exista la luz . Y la luz existió. (Gen 1,3) .Este "guiño"
del relato es una alusión clara a la definitiva Creación
y presenta la transfiguración de Jesús como
el Sábado definitivo. Pero además, el contexto
del anuncio de la pasión y la resistencia de Pedro,
nos recuerdan la imposibilidad de separar los aspectos luminosos
de la existencia de los momentos oscuros, el dolor del gozo,
la muerte de la resurrección. La contigüedad de
las dos escenas parece comunicarnos la convicción pascual
de que el inundado de Luz es precisamente aquel que consintió
en atravesar la noche de la muerte y accedió a la ganancia
por el extraño camino de la pérdida.
Pedro, y con él todos nosotros, intenta retener los
momentos de ganancia ("hagamos tres tiendas aquí,
donde te manifiestas resplandeciente, donde se escucha la
voz del Padre y donde te rodean Moisés y Elías..."),
lo mismo que poco antes había rechazado los de pérdida:
"¡Líbrete Dios, Señor!"
Invitados a la danza de lo paradójico
"¡Salid de vuestras tinieblas! Dejad atrás
la seguridad del valle y emprended sin miedo la subida al
monte, porque arriba os espera la luz!". Esta podría
ser la propuesta del evangelio de la transfiguración.
"Renunciad a vuestras ideas equivocadas sobre Dios y
a lo que creéis que es pérdida o ganancia, abríos
a la novedad absoluta de Jesús y de su Evangelio, atreveos
a romper con vuestra búsqueda codiciosa y obsesiva
de ganar, poseer, conservar y, en lugar de ello, arriesgaos
en un camino inverso de pérdida, derroche y entrega,
sin más garantía que Su palabra.
Estad dispuestos al vuelco radical que supone llegar a "pensar
y sentir como Dios" y a conformar con los criterios del
Evangelio vuestra idea de lo que es luz y oscuridad, salvar
la vida o perderla. Comportaos como los verdaderos discípulos,
disponeos a romper con vuestros viejos esquemas mentales,
a cambiar de lenguaje y de significados, a cuestionar vuestra
propia lógica y vuestras ideas aprendidas en otras
escuelas. Prestad oído a la promesa de vuestro único
Maestro: "Al que se venga conmigo, voy a llevarle a la
"ganancia" por el extraño camino de la "pérdida":
ese es el camino mío y no conozco otro. La única
condición que pongo al que quiera seguirme, es que
esté dispuesto a fiarse de mí y de mi propia
manera de salvar su vida, que sea capaz de confiármela,
como yo la confío a Aquél de quien la recibo.
La suya será siempre una vida sin garantía y
sin pruebas, en el asombro siempre renovado de la confianza:
por eso no puedo dar más motivos que el de "por
mi causa".
Permaneced en lo alto del monte "firmes como si viérais
al Invisible" (He 11,27), hasta que la prioridad del
Señor y su Reino polarice y relativice todo lo demás,
hasta que vuestras pequeñas preocupaciones y temores
vayan pasando a segundo término y la lógica
de lo evidente se quede atrás. La luz de la transfiguración
os atrae a una manera de creer en la que la fe no es una manera
de saber o de comprender, sino la decisión de fiaros
de Otro, y de exponer la vida entera a una Palabra que hará
saltar los límites de vuestros oscuros hábitos
y valoraciones.
Entrad en esa danza y vuestra vida entera se convertirá
en una apuesta arriesgada, más allá de cualquier
pretensión de poseer certezas definitivas.
En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador
y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente
imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón
de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón
afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería?
Allí con esperanza, con resolución o con fe,
con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en
la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso,
con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos
brazos
Y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor,
en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé
tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón
que quiere latir
para ser él también el unánime corazón
que le alcanza!
(Vicente Aleixandre)
3. Un pozo en Samaría (Jn 4,1-45). La danza de
lo imprevisible
"Quien viene de arriba está por encima de todos.
Quien viene de la tierra es terreno y habla de cosas terrenas.
Quien viene del cielo está por encima de todos. El
atestigua lo que ha visto y oído, y nadie acepta su
testimonio. Quien acepta su testimonio acredita que Dios es
veraz. El enviado de Dios habla de las cosas divinas, pues
Dios no da el Espíritu con medida. El Padre ama al
Hijo y todo lo pone en sus manos. Quien cree en el Hijo tiene
vida eterna. Quien no cree al Hijo, no verá la vida,
pues lleva encima la ira de Dios." (Jn 3,31-36)
Estas palabras puestas en boca de Jesús son el atrio
que antecede al relato de su encuentro con la mujer de Samaria
junto al pozo de Jacob. Juan contrapone, a nivel discursivo,
dos ámbitos: el cielo y la tierra, las cosas divinas
y las terrenas. Y es eso mismo lo que va a hacer a continuación
a nivel narrativo en la escena de la samaritana.
La alusión al dueño del pozo, trae a la memoria
la escena en la que Jacob vio en sueños una escalera
que unía el cielo con la tierra. La comunicación
entre "lo de arriba" y "lo de abajo" que
parecía imposible, va a convertirse ahora en realidad
y el hombre sentado en el brocal del pozo va a ser la escalera
y el puente que comunique los dos ámbitos.
La mujer llega al pozo ajena a lo que allí la espera
y que nada, en la trivialidad de su vida cotidiana, hacía
previsible: va por agua con el cántaro vacío
para volverse con él lleno a su casa. No hay más
expectativas, ni más planes, ni más deseos.
Pero lo imprevisible la está esperando junto aquel
galileo sentado en el brocal del pozo que entabla conversación
con ella sobre cosas banales, como para no asustarla: hablan
de agua y de sed, de pozos y de viejas rencillas entre pueblos
vecinos, cosas de todos los días. De pronto irrumpe
el lenguaje de "las cosas de arriba": el don, un
agua que se convierte en manantial vivo, la promesa de una
sed calmada para siempre, un Dios en búsqueda, fuera
de los espacios estrechos de templos o santuarios.
La mujer se defiende e intenta mantenerse en un nivel de
trivial superficialidad, huyendo de la irrupción de
lo de arriba en su vida. Pero al final de la escena el cántaro
que era símbolo de la pequeña capacidad que
está dispuesta a ofrecer, se queda olvidado junto al
pozo, inútil ya a la hora de contener un agua viva.
Como en tantas otras ocasiones, el evangelio nos sitúa
ante un Jesús imprevisible, capaz de vencer la estrechez
de nuestras expectativas a la hora de recibirle. Los evangelistas
se encargarán¡ de poner de relieve esta presencia
de los desmesurado e imprevisible que parece acompañar
las actuaciones de Jesús, desbordando siempre lo que
se esperaba de él: Ni los novios de Caná necesitaban
tanto vino (Jn 26), ni los discípulos una pesca tan
abundante que casi les revienta las redes (Lc 5,6); y para
sostener las fuerzas de la gente que le había seguido
al desierto bastaba un bocado de pan y pescado, no que sobraran
doce cestos (Jn 6,13). El paralítico lo que quería
era volver a andar, no esperaba volverse a casa libre de la
carga de sus pecados, y Zaqueo, interesado solamente en ver
el aspecto de Jesús, se le encontró metido en
su casa y compartiendo su mesa (Lc 19); las mujeres sólo
pretendían que alguien les descorriera la piedra del
sepulcro para embalsamar un cadáver, pero se encontraron
al Viviente saliéndoles al encuentro (Mt 28,1-10).
Siempre el mismo derroche por su parte, y siempre la misma
resistencia por la nuestra a la hora de ser adentrados en
lo imprevisible. Y eso ya desde que Sara se reía por
lo bajo, escéptica y reticente ante una promesa que
desbordaba por arriba sus previsiones.
Invitados a la danza de lo imprevisible
Abandonad vuestra rigidez entre los brazos del Danzante,
dejaos llevar por él más allá de vuestros
calculados movimientos, nos diría la samaritana: no
temáis la hondura de su pozo, ni el empuje irresistible
del manantial que salta hasta la vida eterna. Olvidad vuestro
pequeño cántaro, vuestro raquítico sistema
de pesas y medidas.
Olvidaos de las pequeñas disputas en torno a montes
y templos: ha llegado la hora de adorar en espíritu
y en verdad y todos están llamados a hacerlo. No os
quedéis únicamente en lo que ya sabéis
de Jesús: recorred el proceso de intimidad al que también
tenéis la dicha de estar invitados. Al principio yo
no vi en él más que a un judío, pero
él me fue conduciendo hasta descubrirle como Señor,
Profeta, Mesías, como Aquel a quien siempre había
estado esperando sin saberlo. Tened vosotros la osadía
de nombrarle con nombres nuevos, con esos que no aparecerán
nunca en los resecos manuales de vuestras estanterías.
Pero os lo aviso, estad prevenidos: él os puede estar
esperando en cualquier lugar , en cualquier mediodía
de vuestra vida cotidiana, precisamente cuando andabais enredados
en pequeñas historias relacionales, en rencillas mutuas
o en rancias ortodoxias en torno a rúbricas o privilegios.
Si os detenéis a escucharle, estáis perdidos
para siempre por que él al principio os pedirá
algo sencillo: "dame de beber", "llama a tu
marido"... , pero al final, volveréis a vuestra
casa sin agua y sin cántaro, y con la sed, antes desconocida,
de atraer hacia él a la ciudad entera.
Cuenta un apotegma de los padres del desierto que el abad
Lot dijo una vez al abad José: "Padre, ayuno un
poco. Oro y medito; trato de vivir en paz en lo que de mí
depende; procuro purificar mis pensamientos. ¿Qué
más puedo hacer?.
José se puso de pie y extendió sus manos hacia
el cielo. Sus dedos se volvieron como diez llamas y dijo:
¡Si quieres, puedes ser todo fuego!.
4. Una alberca en Siloé (Jn 9): la danza de lo in-conveniente
La curación del ciego de nacimiento es un prodigio
narrativo que requiere ser leído en su contexto inmediatamente
anterior: se trata de una discusión de Jesús
con los judíos (Jn 8,12-59) que comienza con su afirmación:
"Yo soy la luz del mundo (8,12). En el diálogo
que sigue, el verbo más repetido es hacer (8,28.29.34.39.40.41),
unido al sustantivo obras (8, 39.41). Se trata de demostrar
que es Jesús quien hace las obras de Dios, mientras
que los judíos hacen las obras del diablo, su padre.
La escena de la curación del ciego es la ampliación
narrativa de los temas enunciados anteriormente en forma discursiva.
En el comienzo, y ante la pregunta de los discípulos
acerca del motivo de la ceguera del hombre, Jesús responde:
"Ha sucedido para que se revelen en él las obras
de Dios. Mientras es de día, tenéis que obrar
en las obras del que me envió. Llegará la noche,
cuando nadie pueda obrar. Mientras estoy en el mundo, soy
luz del mundo (9, 3-5). A lo largo del relato, el verbo hacer
aparece en los vv 6.11.14.16.26.33.
Lo que resulta sorprendente, y es aquí donde vamos
a centrar la atención, es que sea el barro el medio
extraño y claramente inadecuado empleado por Jesús
para hacer su obra (que es la de Dios) de devolver la vista
al ciego y para manifestarse él mismo como luz. El
barro aparece cuatro veces en el texto, y siempre en manos
de Jesús como complemento del verbo hacer ( Jn 9, 6.11.14.
15) y, aparte de la clara alusión al barro de la creación
del Adam (cf Gen 2,7), quizá forme parte del humor
que acompaña a todo el texto: es precisamente algo
opaco y oscuro el instrumento para que el ciego recupere la
vista y para que la luz vuelva a sus ojos.
"El Señor está realizando una obra extraña"
había dicho Isaías (Is 28,21), haciéndose
eco de la extrañeza y el desconcierto que provoca la
manera de actuar de Dios Y es que el empleo de medios inapropiados
parece pertenecer, según los escritores bíblicos,
a las costumbres de Dios: cumplió su promesa de darles
una descendencia numerosa a través de la esterilidad
de las matriarcas (Gen 17,16); envió a un tartamudo
a negociar la salida de Israel Egipto (Ex 4,10) y fueron las
ranas, las moscas y los mosquitos los encargados de agotar
la paciencia del poderoso faraón (Ex 7-8). Para conseguir
la victoria contra los amalecitas, Moisés, en vez de
empuñar las armas, extendió los brazos para
orar (Ex 17,11-12), la condición para vencer al poderoso
ejército de los madianitas fue la disminución
drástica de los soldados de Gedeón (Jue 7) y,
para vencer a Goliat, David no se servirá de la lanza
sino de las chinitas de su zurrón (1Sm 17).
Las acciones simbólicas de los profetas tienen que
ver con frecuencia con cosas rotas, mal usadas, deterioradas
o gastadas, especialmente en las de Jeremías: un cinturón
inservible (Jer 13,1-11), una vasija que se estropea rota
en manos del alfarero (Jer 18,1-10; un cántaro quebrado
ante las murallas de Jerusalén (Jer 19). La garantía
de la protección de Dios a Acaz cuando temblaba de
miedo viendo Jerusalén sitiada, fue el anuncio que
su joven esposa esperaba un hijo (Is 7). Y no será
un ángel quien sacará de Babilonia a los exilados,
sino la benevolencia del pagano Ciro (Esd 1).
No es de extrañar que los destinatarios de esas acciones
reaccionen irritados cuando la manera de Dios a la hora de
realizarlas no coincide con los métodos que les parecerían
los adecuados:"¿Acaso dice la arcilla al artesano:
-¿Qué estás haciendo? Tu vasija no tiene
asas"(...) Y vosotros ¿vais a pedirme cuentas
de mis hijos? ¿vais a darme instrucciones sobre la
obra de mis manos? (Is 45,9-11)
El Nuevo Testamento acentúa desde su comienzo los
medios tan poco "convenientes" que van a caracterizar
las acciones de Dios y del propio Jesús: las cuatro
únicas mujeres que aparecen en su árbol genealógico
según Mateo, son una muestra del "barro"
de que se sirvió Dios para modelar al Nuevo Adán:
Tamar, recordada por su comportamiento incestuoso (Gen 38);
Rahab, una prostituta de Jericó (Jos 2); Rut, una extranjera
de Moab; la mujer de Urías, asociada al adulterio de
David... (2Sm 11). Descendiendo de abuelas tan insólitas,
ya no puede extrañarnos nada de lo que sigue: una cuadra
en un descampado como "denominación de origen"
del anunciado como "Salvador, Mesías y Señor"
(Lc 2,1-20); desperdiciar treinta años trabajando oscuramente
en un pueblo perdido y, a la hora de aparecer en público,
mezclarse con la gentuza para bautizarse en el Jordán.
Como predicadores de su evangelio elegirá a gente
entendida solamente en barcas, peces o impuestos. Para convencer
de la prioridad de "hacerse próximo" escoge
a un samaritano, prototipo de los alejados (Lc 10,25-37);
los modelos de fe que propone a su auditorio de intachables
judíos serán una mujer impura por su flujo de
sangre (Mc 5,34), una pagana, madre de una endemoniada (Mt
15,21-28) y un capitán del imperio invasor (Mt 8,10).
A los dispuestos a apedrear a la mujer acusada de adulterio
no los disuade con un discurso brillante y convincente, sino
inclinándose y escribiendo en el polvo (Jn 8); al ciego
de Betsaida y a un sordomudo los cura aplicándoles
su propia saliva (Mc 7,33; 8,23) y cura a un leproso realizando
el gesto prohibido de tocarle.
Para hablar del Reino no acude al lenguaje erudito de los
escribas, sino que narra cuentos poblados de personajes y
elementos de la vida cotidiana: campesinos que siembran y
cosechan, mujeres que amasan y encienden candiles, un pastor
desvelado en busca de una oveja perdida, un padre asomándose
al camino por si vuelve a casa el hijo que se le fue...
Y además de todos estos intermediarios inadecuados,
los medios para alcanzar el Reino tampoco parecen los más
convenientes: la pérdida resulta ser el precio de la
ganancia (Mc 8,35) y para ser significativo e importante hay
que ponerse a aprender de los niños (Mt 18,3); en cambio,
el poder, la influencia y la riqueza se revelan como factores
de alto riesgo; la posesión no es fuente de alegría
sino de pesadumbre (Mt 19,16-22) y la acumulación,
objeto de irrisión y ridículo (Lc 12,16-21).
Invitados a la danza de lo in-conveniente
Aflojad la tensión de vuestras manos y dejad que se
os escapen las riendas con las que intentáis controlar
a Dios, podría decirnos el ciego de nacimiento. Liberaos
de vuestra obsesión por fiscalizar los "cómos"
y dominar los "porqués" de sus acciones:
tampoco yo conseguí entender por qué untaba
mis ojos con aquel barro espeso que parecía cegar aún
más mis pupilas. Pero me fié de su palabra,
me dirigí a tientas a la alberca de Siloé, me
lavé y, junto con el barro, se fueron mis tinieblas
y me vi sorprendido por la luz como en la primera mañana
de la creación. Aceptad el desafío de creer
que el barro puede ser portador de luz, confiad en las manos
de quien lo aplica a vuestros ojos, reconoceos en la negativa
farisea de aceptar que la luz pueda llegar por otro camino
que no sea el de los propios candiles y lámparas.
Decidíos a creer que Alguien sabe mejor que vosotros
qué es lo que os cura y lo que puede hacer luminosa
vuestra vida y no os contentéis con conocerle solamente
por el sonido de su voz y el roce de sus manos: porque él
os sigue buscando para que podáis contemplar también
el rostro del que procede toda luz.
Dad fe a la Palabra que os asegura que vuestras carencias
y cegueras no os encierran definitivamente, sino que pueden
ser puertas abiertas para el encuentro y entregad vuestra
fe y vuestra adoración a Aquel que no pasará
nunca de largo por las cunetas de vuestros caminos.
Un día, estaba sentado con Rodleigh, el jefe del grupo,
en su caravana, hablando sobre los saltos de los trapecistas.
Me dijo: "Como saltador, tengo que confiar por completo
en mi portor. El público podría pensar que yo
soy la gran estrella del trapecio, pero la verdadera estrella
es Joe, mi portor. Tiene que estar allí para mí
con una precisión instantánea, y agarrarme en
el aire cuando voy a su encuentro después de saltar".
"~,Cuál es la clave?", le pregunté.
"El secreto", me dijo Rodleigh, "es que el
saltador no hace nada, y el portor lo hace todo. Cuando salto
al encuentro de Joe, no tengo más que extender mis
brazos y mis manos y esperar que él me agarre y me
lleve con seguridad al trampolín".
"Que tú no haces nada?", pregunté
sorprendido. "Nada", repitió Rodleigh. "Lo
peor que puede hacer el saltador es tratar de agarrar al portor.
Yo no debo agarrar a Joe. Es él quien tiene que agarrarme.
Si aprieto las muñecas de Joe, podría partírselas,
o él podría partirme las mías, y esto
tendría consecuencias fatales para los dos. El saltador
tiene que volar, y el portor agarrar; y el saltador debe confiar,
con los brazos extendidos, en que su portor esté allí
en el momento preciso".
Cuando Joe dijo esto con tanta convicción, en mi mente
brillaron las palabras de Jesús: "Padre, en tus
manos pongo mi Espíritu". Morir es confiar en
el portor. Podemos decir a los moribundos: "Dios se hará
presente cuando deis el salto. No tratéis de agarrarlo;
él os agarrará a Vosotros. Lo único que
debéis hacer es extender Vuestros brazos y Vuestras
manos y confiar, confiar, confiar".
5. La tumba de Lázaro (Jn 11). La danza de lo in-tempestivo
En el contexto anterior a la resurrección de Lázaro
aparece de nuevo el tema de las obras, esta vez en relación
con el verbo creer:"Si no hago las obras de mi Padre,
no me creáis. Si las hago, aunque no me creáis
a mí, creed a mis obras y reconoceréis de que
el Padre está en mí y yo en el Padre".
(Jn 10,38)
En la escena siguiente, Jesús va a realizar la obra
por excelencia del Padre que es comunicar vida, y una vida
que ya estaba en posesión de la muerte. Pero no es
esa señal la que obtiene la fe de Marta, sino que la
confesión creyente de ésta la antecede: "Yo
creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios,
el que había de venir al mundo" (11, 27), apoyada
solamente en la afirmación de Jesús: "Yo
soy la resurrección y la vida" (v. 25).
Estamos ante una fe proclamada "a destiempo" ya
que su momento adecuado parecería ser el siguiente
a la salida de Lázaro de la tumba. Pero entonces, parece
decirnos Juan, ya no sería fe, porque lo propio de
ésta es adelantarse y preceder a los signos.
Pero hay otro significativo destiempo (más bien contratiempo
o llegada intempestiva ) en la narración: el del retraso
de Jesús que, aunque sabía de la enfermedad
de su amigo, "prolongó su estancia dos días
en el lugar" (v.6) y además pronuncia una frase
incomprensible ante sus discípulos: "Lázaro
ha muerto. Y me alegro por vosotros de no estar allí,
para que creáis" (v 15).
Existe por lo tanto para Jesús un "no estar"
en el lugar adecuado (devolviendo la salud a Lázaro)
que es ocasión de fe, y eso es más importante
para él que el consuelo que hubiera dado con su presencia.
Realmente se merecía el reproche de Marta: "Si
hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano..."
(v 21) Marta no hace más que sumarse con voz femenina
a la multitud de los que a lo largo de los siglos habían
protestado, clamado y hasta casi insultado a un Dios acusado
de impuntual.
Abraham, el primer creyente, fue también el primero
en refunfuñar ante Dios, cansado ya de tanto retraso
en la promesa de descendencia: "Señor, ¿de
qué me sirven tus dones si soy estéril y Elezer
de Damasco será el amo de mi casa? (Gen 15, 2). Y es
que, la verdad, ni Sara ni él mismo iban estando ya
para nada.
"Que se dé prisa, que apresure su obra para que
la veamos; que se cumpla enseguida el plan del Santo de Israel
para que lo comprobemos" (Is 5. 18), apremiaban los listillos
contemporáneos de Isaías, y Jeremías,
después de comprar un campo con el destierro ya encima,
se encaraba abiertamente con Dios: "Estás viendo
la ciudad ya en manos de los caldeos y en este momento vas
tú y me dices: - ¡Cómprate un campo! (Jer
32, 25)
Habacuc fue el primero en preguntarle abiertamente: ¿Hasta
cuándo pediré auxilio sin que me escuches? (Hab
1,2) y el impaciente Job tampoco se quedó corto en
protestas.
En el NT tampoco los discípulos parecen estar muy
de acuerdo con la medición de tiempos propia de Jesús:
evidentemente, el durmiente que llevaban en la barca retrasó
demasiado el momento de despertarse y calmar la tempestad
(Mc 5,38); y cuando llegó aquella otra galerna, podía
haber abreviado sus rezos en la montaña y acudir en
su ayuda un poco antes (Mc 6, 46-50). Tampoco estuvo atinado
de cálculo cuando se le fue la gente detrás
: "El lugar es despoblado y la hora es avanzada"
(Mc 6,35). O sea, mucha compasión, pero ni idea de
que el tiempo pasa y ahora a ver cómo nos arreglamos
para que coman. Y no digamos cuando le entró aquella
prisa insensata por subir a Jerusalén, con la que estaba
cayendo allí (Mc 10,32). En opinión de los de
Emaús, los tres días pasados en la tumba eran
ya más que suficientes para darles razón en
su sospecha de que la promesa de resurrección no había
sido más que una pretensión insensata (Lc 24,
21).
El tema del desajuste entre tiempos de Dios y tiempos humanos
es reincidente en las parábolas: el amo no llegó
hasta el tercer turno de vela (Lc 12, 38) y el novio se retrasó
tanto, que el aceite de las lámparas estaba ya en las
últimas (Mt 25,5).
Jesús es contundente y nunca aclara los cuándos
de Dios ¡Estad en vela!, es lo único que recomienda
(Mt 24,42) y, junto con eso la convicción de que la
semilla crece sin que el que la sembró sepa cómo
(Mc 4,27).
Invitados a la danza de lo in-tempestivo
Es Marta esta vez quien nos invita:
Dejad que sea Otro quien mida vuestros tiempos, ritmos y
compases. Recordad que él llega a tiempo pero a su
tiempo, no al vuestro, y tendréis que ser pacientes
y convertir vuestra prisa en espera y vuestra impaciencia
en vigilancia. Acostumbraos a su extraño lenguaje:
si decís de alguien: "está muerto"
él os dirá "está dormido" y
os pedirá también vuestro consentimiento, no
sólo ante sus retrasos, sino ante sus anticipaciones:
porque en el grano de trigo podrido en tierra él está
contemplando la espiga, y cuando una mujer grita de dolor,
él escucha ya el llanto del niño que nace.
No temáis permanecer a su lado junto a las tumbas
de vuestro mundo, unid vuestro llanto al suyo allí
donde parece que la muerte ha puesto ya la última firma
y gritad vuestra rebeldía ante su dominio. Pero creed
también en la fuerza secreta de la compasión
y de la insensata esperanza. Cuando yo le esperaba junto al
lecho de Lázaro para ahuyentar su fiebre, él
vino a destiempo, a la hora tardía en que creíamos
no necesitarle. Y el que no llegó a tiempo para curar
a mi hermano, ordenó retirar la piedra del sepulcro,
pronunció su nombre y le ordenó con su poderosa
voz: -"Lázaro, ¡ven afuera!". Y todos
supimos entonces que la última palabra la tenía
aquel hombre en quien habitaba el poder de vencer a la muerte.
Atreveos a jugar con él el juego de sus retrasos y
de sus des-tiempos: apostad fuerte por la Palabra que os asegura
que en él está la resurrección y la vida
de todos los lázaros olvidados en las tumbas de la
historia.
Alegraos de tener como Compañero de danza al Ex-céntrico
y al Imprevisible, aunque os conduzca a un ritmo que os parezca
paradójico, in-conveniente e intempestivo. Porque lo
suyo es cambiar nuestro luto en danza, desatar nuestros sayales,
como desató a Lázaro de sus vendas, y revestirnos
de fiesta,
Arriba
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