BLUF
STORY
LAPSO
1. Anque parezca imposible...
(30-5-2004)
2. Todo o nada; conmigo o contra mí...
(6-6-2004)
3. Las cosas como son... (13-6-2004)
Aunque parezca imposible, llevaba
así como catorce o quince años sin acordarme
de recordar. Os he encontrado alrededor de esta Semana Santa,
y resulta que tenía en el magín muchos más
inquilinos que los conscientemente censados. Es curioso, pero
debe haber una neurona (podría llamarse muy bien la
Postlaturesca Mudae) cuyo oficio consiste en barrer vestigios;
y otra (quizá la Espabileña Concienciae) que
te los amontona de golpe y porrazo (sobre todo de porrazo)
a la primera oportunidad.
Pues habéis sido esa primera oportunidad, de modo
que aquí estoy.
No esperéis de esta servidora mucha caña, porque
he de reconocer que me encuentro cutre y petenito al lado
de otras historias aquí narradas. Cómo os lo
diría: veo mogollón de gente intelectual, cristianísima,
consciente y responsable cuyas motivaciones fueron mayormente
de cintura para arriba; y humilde y orgullosamente (que me
quiten lo bailao) he de reconocer que lo mío consistió
también en cuestiones equidistantes de las caderas.
No del todo, que uno al fin y al cabo era un intelectual perteneciente
a determinada aristocracia, pero sí bastante.
Así que he decidido castigar a todo aquel que se preste,
de modo que me dispongo a rememorar en forma de relatos de
baja estofa unas cuantas fases de aquel accidente biográfico
tan largo y tan tendido. Después de a lot of años
de involuntaria amnesia, puede que le venga bien a lo que
queda de mi personita. Y además, qué leñe,
me desahogo un poquejo, que eso siempre le conviene a un alma
inquieta. ¿Será posible que tenga que haberos
leído tanto para poder recordar episodios tan singularísimos?
¿quizá una precoz demencia senil me tenía
agarrotadas las recordaderas?.
Empiezo. Aquí va un primer tramo de mi Bluf Story.
Pues apareció por clase un maromo serio y tieso como
él solo para anunciarnos que se había creado
un centro cultural por allí cerca, y nos contó
que al poco se iniciaba una serie de conferencias denominadas
"Comenzar bien Este curso de bachillerato". Servidora,
que era el típico gracioso líder-cabroncete
de la clase, tuvo a bien preguntarle -imitando la voz de un
conocido cómico del momento- cómo es que habían
esperado a enero para semejante ciclo, a lo que el extrávico
apóstol no supo qué responder. Vista la debilidad
del adversario, entramos en tropel con las más zahirientes
bromas, los chistes sobrelamarcha más despreciativos,
el más adolescentemente cabrón comportamiento;
y aquello terminó con carcajadas y reidurías
que aún deben resonarle al pobrecito como las más
desgarbadas psicofonías. Una clase de adolescentes
ingeniosos derrumbando la dignidad de un serio chavalote cortadillo.
Nos reimos de él con la más divertida crueldad.
El profe le salvó de la quema como pudo (que pudo poco
y mal), y al sonar la sirena nos fuimos al Cetros como todos
los días a echar la partidita mientras se nos pasaba
el dolor de mandíbula. Era por la tarde.
(¿Y porqué tenían que ser la mayoría
de los Ellos tan sumamente prudentes, regladitos, previsibles,
acicalados, quenohanrotounplatoenlavida? ¿Es que lo
contrario era destacar malamente, o sea, destacar dentro para
ser medianamente normal fuera?. Primer misterio).
Cuál sería mi sorpresa cuando, entre par y
juego, veo que entra en el bar el mismo maromo del "centro
cultural" que acababa de estar en clase. Se acerca a
nuestra mesa, y enfrentando un buen par de belfos a nuestra
sardónica sonrisita me espeta: "que quiero hablar
contigo, que después de lo que has hecho creo que tengo
derecho a que me escuches ahora, ¿no?". El tío
tenía razón, y me fui a la barra a escucharle.
Yo podía ser un cerdo con algunas personas, pero siempre
tuve un alto concepto de la lealtad y la nobleza: el que la
hace, que la pague.
Me dijo que a ver si era capaz de empujar a la gente a que
hiciera cosas más positivas que reírse impunemente
de un desconocido, que ya que era yo un gallito, a ver si
tenía lo que hay que tener para serlo en el centro
cultural ese suyo. Me picó. Me picó en lo más
profundo, y desde luego le dije que cómo y cuándo
tenía que demostrar eso que me cuestionaba. "Pues
mira, el ciclo empieza la semana que viene en el piso tal
de la calle tal, y a ver si es verdad y eres capaz de traer
gente". No me preguntéis por qué, pero
en esa época a mi me gustaba que la gente hiciera lo
que yo quería. Me gustaba, y lo cierto es que, en efecto,
así era casi siempre. Que deseaba ir al cine, pues
toda la panda al cine. Que ha sido penalti, pues se tira el
penalti. Que fulanito es una imbécil, pues nadie se
acerca a fulanito. Y en ese plan.
Me picó. No me preguntéis cómo ni porqué,
pero semejante maromo aburrido, acojonao, tiralevitas, desaborío....
me motivó. Y al cabo de unos días, toda mi clase
(toda enterita, sin que faltara nadie) se presentó
en el dichoso centro cultural para asistir a no sé
qué conferencia sobre "comenzar bien Este curso".
Era una mierdecilla de piso, hasta el punto que no se cabía.
Llegamos un poco tarde con la cosa recién iniciada,
y tuvieron que dejar la puerta abierta para que algunos oyeran
desde el descansillo de la escalera.
(Me acuerdo de pronto de historietas que contaban en las
tertulias, sobre el proselitismo de los años cincuenta
o sesenta en España; una época que califiqué
públicamente en una ocasión como "época
de las virtudes humanas" -con mala fortuna, pues fui
corregido privada y contundentemente por tan inoportuna definición-.
Los tíos se picaban unos con otros, hacían cuestión
de masculinidad desde la ducha helada hasta llevar a nosécuántos
a la meditación, o irse andando hasta nosédónde,
o comer más que nadie, o menos según los casos,
o darle cortes a las chavalas que les bienmiraban, o cosas
por el estilo. Un caldo de cultivo que seguramente atraía
a esas mocerías urbe-franquistas al machote campeonato
de casta voluptuosidad que contiene la reciedumbre cuando
es tan superficial).
Al terminar, mi maromo desafiador me cogió por banda
y me presentó al que resultó ser el Jefe. Le
llamaremos Águila. Estaba entusiasmado. Se interesó
por toda mi vida y milagros, mientras otros dos o tres maromos
más pululaban por entre la muchedumbre en un primer
y vano intento por contactar e ir, supongo ahora, separando
el grano de la paja. Bajamos todos al terminar a por unos
calamares (asquerosos, por cierto), y al descubrir Águila
determinada afición deportiva mía (la carne
es débil, ya se sabe) me convocó para un partidillo
el siguiente sábado en le patio de mi propio colegio.
Y allí estuvimos, no sólo mi clase, sino la
panda del barrio, que no se quería perder la amistad
de Águila, ese tío un poco más mayor
que al parecer disponía de un piso muy prometedor para
nuestras masculinísimas broncas.
Alucinaban los del centro, claro. Con el tiempo, los he imaginado
en la tertulia del día siguiente contando que de pronto
habían pasado de cinco a cincuenta "nuevos de
san Rafael", encabezados por uno que tiene muy mala leche
pero es noble, bruto y cumplidor.
Pegamos la hebra al acabar los partidos (hubo que jugar varios
a lo ancho del campo, claro, que debíamos ser aquel
sábado del orden de cincuenta pibes). Acabamos paseando
Águila y yo hasta bien entrada la noche, y me entró
a saco sin contemplaciones de ninguna clase: que si entrega,
que si liderazgo, algo sobre un calcetín y el planeta,
las cosas que valen la pena, la mierda de vida que lleva la
gente, lo que vale es lo que cuesta, tu estás en la
lista de Dios desde todita la eternidad, he rezado mucho por
ti estos días, Dios te llevó a hacer caso en
el 'Cetros' al pobre chaval aquel al que habías humillado
vilmente un rato antes, eso significa algo, tu tienes una
misión en la vida, ya ves cómo la gente te hace
caso, serías un desleal con el creador si no encaminaras
eso por la buena senda, unos talentos que te dan y a ver si
luego no los rentabilizas. El miércoles viene un cura
muy majo al piso y quiere conocerte. Le llamaremos Don Inglan.
Y claro, tras la subida del egómetro que me pegó,
el miércoles estábamos allí como un clavo
unos 25 ó 30 chavales.
Y resulta que era una meditación.
Volvimos a llegar tarde (hasta esta fecha en la que escribo
no tengo constancia de haber sido puntual nada más
que en el centro de estudios, y no siempre; la puntualidad
es una de las más abyectas perversiones, pero eso es
harina de otro costal), y otra vez la puerta abierta para
que la peña oyera. Acabó la cosa, y Águilas
vino derechito a por mi y me metió con Don Inglan en
la salita de al lado. Hizo las presentaciones. Me cayó
bien don Inglan. Le conté resumidamente los catorce
años de mi vida, ambos incluidos. Me confesé,
y bajé a por calamares con los demás.
Así siguió la cosa, con varios círculos
semanales con la gente de mi clase, la meditación de
los miércoles, partidos el fin de semana y tal, cuando
antes de semana santa me propuso mi ya casi amigo Águila
acudir a Huelva a una convivencia de universitarios, lo cual
me llenó de orgullo (la verdad es que por entonces
todo en la vida me llenaba de orgullo). Y allá que
fui (que fuimos unos cuantos de mis pandas).
En Huelva, mogollón de gente, creo que algún
centenar, sobre todo de la capital, y mucho cachondeo entre
misa y rosario. Era una especie de pequeño y lúdico
campus universitario correspondiente a algún invento
docente transnacional-católico del que no he vuelto
a oir hablar. Había conferencias culturales hispanoamericanas
de no sé qué, pero la verdad es que no estuve
en ninguna, porque me pasé todo el tiempo con Delegonio
y con don Vicegrués; yo ignoraba por entonces que Delegonio
era el vocal de San Rafael de la delegación, y que
don Vicegrués era uno de los primeros de la Obra que
ahora era super-rector-catedrático-quetecagas de universidades
de la Rábida o algo parecido. Yo estaba en first class:
que se iba la convivencia de excursión en autobuses
a Medina Sidonia, pues yo en el cochazo de don Vicegrués.
Que el jueves santo por la noche a Sevilla, pues yo con Delegonio
y con el cura a todo tren. Que venía un súper-invitado
a la tertulia, pues servidora comía en su mesa y me
sentaba a su lado. Me sentí el tío más
importante del mundo. Hubo amiguetes de clase que ni me vieron
en toda la semana y acabaron hasta las tapas de tanta conferencia
y tanta clase y tanta leche. Pero la gente de la convivencia
me conocía, me saludaba, me hacía sentir acojonantemente
bien. Curiosamente, no me pregunté porqué tanta
gente era tan amable simultáneamente con un chavalín.
Cosas de la vida que te suceden y cuya rareza queda amortizada
por el confort que producen. Digo yo, vaya, que no lo sé.
Y volvimos, claro. Yo ya había podido saber que el
Padre era la leche, que la Obra era la supercosa mundial,
que sólo unos pocos elegidos podían acceder
a semejante privilegio de liderar el mundo hacia la libertad
de los hijos de Dios, el adeste fideles, el gaudeamus y la
madre que lo parió. Y que quizá algún
día podría estar yo preparado para acercarme
más a "eso" tan molón; don Vicegrués
me había dicho entre canciones y vino que si rezaba
y hacía rezar mucho por ello, puede que Dios me diera
la misma vocación que a él, y que en ese caso
me habría "tocado la lotería" (sic)
porque mi vida sería una aventura excitante y rápida,
y no como la gente de por ahí, que sólo piensan
en las tías y en la pasta, muermos sin decisión
ni misión ni nadená. Me dijo algo que más
tarde comprendí, pero no en aquel momento: "si
alguna vez escribes al Padre, escríbeme también
a mi y me lo cuentas; y si después en algún
momento te cabreas, vuelve a escribirnos a los dos".
A finales de abril me llama Águila para contarme que
don Inglan me ha conseguido una plaza en una convivencia especial
en una casa cerca de la capital, y que vaya. Pero que vaya
solo, que no lleve a nadie. Y fui.
Allí estaba Delegonio, que me acogió con más
amor si cabe que en Andalucía. Eran chavales de mi
edad, más o menos, todos muy pijines y peripuestos.
La casa era una pasada, y el comedor y sus tenues doncellas
de película de marqueses. Todo el tiempo hablaban de
vocación, vocación, vocación.
Una tarde me coge por banda un desconocido -le llamaremos
Perísobo- que resultó ser un tío muy
conocido en España por diversos motivos, todos buenos.
Para mi era la leche, porque que un tío tan importante,
tan públicamente conocido, se ocupara de darme un paseo
a mi, que no dejaba de ser un niñato....
Me llevó a dar una vuelta por los alrededores para
enseñarme lo bonito que era todo. Enseguida comenzó
a decirme que él pensaba que yo tenía vocación
a la Obra, que tenía que ser generoso con el Señor,
que el Padre estaba en la capital en aquel momento y había
pedido un pitaje en cada centro antes de volverse a Roma,
y que eso era señal inequívoca de que Dios me
llamaba por ese camino, que si no a ver cómo se explica
tanta coincidencia, el centro cultural, el maromo aquel, la
Rábida.... A mi me extrañó lo informado
que estaba Perísobo acerca de mi vida, pero no le di
importancia. Como tampoco me importó en aquel instante
que se me pegara tanto desde atrás cuando parábamos
para observar algún detalle paisajístico en
la lejanía, abrazándome leve y claramente varias
veces por la cintura mientras me susurraba entre roces que
tenía que ser tan generoso como fastuosa era la creación.
Se frotaba delicadamente de un modo nada agresivo, la verdad.
Tampoco es que haya vuelto a darle muchas vueltas a aquella
cariñosísima actitud, que por algún motivo
no me pareció relevante en el momento ni me volvió
a la memoria más que años después y tampoco
en plan víctima, sino más bien con extrañeza.
No sé. Lo que sí sé es que, actualmente,
como pille a alguien en esa misma actitud con un niño
rubito y mono de catorce añitos, le pego una patada
que aluniza el jueves sin falta por guarro y por mamón.
Volvimos a la convi, y don Inglan y Delegonio me estaban
esperando con aquel entrañable "¿qué
tal?" que tantas y tantas veces escuche (y dije) después
durante muchos años. Pues nada, contesté: que
me ha dicho Perísobo lo mismo que don Vicegrués
en semana santa, sólo que Perísobo dice que
ya tengo vocación, y don Vicegrués opinaba que
tenía que ganármela, que de momento había
que rezar por ella para ver si lograba alcanzarla algún
día.... Pues debe tener razón Perísobo,
porque aquí todos hemos "llevado a la oración"
tu caso y coincidimos en que Dios te llama para ser uno de
los nuestros. Pues vale, qué hay que hacer. Primero
te lo piensas un rato más en el oratorio, y luego vienes
al despacho de Delegonio.
Y el sagrario recibió mi mayor acto de entrega teórica,
la más intensa e inconcreta puesta a disposición
que concebirse pueda, la más poética canción
de amor que la ignorancia pueda llegar a componer, la más
recia y juvenil respuesta a una presunta llamada para no sabía
qué pero imprescindible en mi vida, la más generosa
donación de la nada más entusiástica,
la más insensata melodía de buenas intenciones,
el más descerebrado asalto a un porvenir imposible.
(Por cierto. Que eso de "llevar a la oración"
siempre fue para mi el arcano más insondable. Lo recuerdo
como una frase mágica que venía a garantizar
la infalibilidad de la putada que tu interlocutor pensaba
aplicarte: que quieres cambiarte de centro, pues verás
es que lo he llevado a la oración y creo que es mejor
que te quedes aquí con esta panda de muermos desequilibrados
para echar una mano; que quieres instalar radiocassete en
el coche, pues mira verás, tras llevarlo a la oración
he visto que casi te vas a joder, y así vives la austeridad
en tu trabajo profesional... A veces llegué a pensar
por mí mismo (es un decir) lo siguiente: ¿y
qué pasa cuando dos tíos "ven en la oración"
cosas o soluciones diferentes para un mismo asunto?. Además:
¿cómo se "lleva a la oración"
un tema? ¿se le pregunta a Dios que qué hago
Jesusitodemivida? ¿Y luego qué? ¿Mociones
específicas? ¿Pensamientos hijos del deseo?
La leche. Teología puritita en estado gaseoso. Uno
de los misterios más inasequibles de aquel largo y
profuso tramo de mi leve biografía. Segundo misterio).
Lo único, que al final hubo que esperar, porque resulta
que hasta un par de semanas después no cumplía
los catorce y medio. Qué le vamos a hacer, pues uno
menos para antes de que se vaya el Padre. Así es la
vida.
Tres semanas después, Águila fue receptor de
la carta que escribí al Padre en el piso del centro
cultural, y de otra que escribí para don Vicegrués
en términos muy parecidos siguiendo sus instrucciones.
Al terminar, nos tomamos unos calamares y se fueron.
Yo, como cada día, me fui paseando hacia casa pasando
antes a ver a Charo para dar una vuelta con ella. Qué
buena y guapa era Charo, qué orgulloso estaba yo de
su muy íntima amistad y de su belleza. Y qué
contenta se iba a poner cuando se enterase de que desde ahora
su "chico guapo" se dispone a cambiar el mundo según
el espíritu de una cosa que se llama Opus Bluf. Y que
aunque solamente podemos estar los tíos ya le iré
contando.
Al poco, eso sí, me enteré de que era mejor
que pensara en dejar de verme con Charo, aunque sólo
fuera una buena amiga. Como al fin y al cabo no me iba a casar
ni iba a volver a salir con chicas... "Joder, ¿en
serio?, ¿y porqué?". Pues porque sí,
porque ya sabes que nuestra entrega es total total, pero total
de lo más total, con que tu a lo tuyo, que lo nuestro
es cumplir la voluntad de Dios que es lo que nos dicen los
directores. Así que a Charo ni pío ya para nunca,
¿vale?
Bueno, bueno, pues nada, tendrá que valer. Ya no salgo
más con las chicas de la pandilla, ni me casaré
ni nada. Qué putada, pero todo sea por la lotería
que me ha tocado. Supongo que entre heroísmos sin fin
no me quedaría tiempo para las tías. De todas
formas, joé, es una faena, ¿no?.
Cosas de los años setenta, ya ves....
Todo o nada; conmigo o contra mí.
Y es que una cosa es dar un nuevo sentido a la vida, y otra
diferente cambiar de vida. Ambas tienen su aquél, desde
luego. Lo puñetero empieza cuando en realidad debes
hacer lo segundo cuando solamente habías decidido lo
primero. Aunque esa palabra -"decidir"- es muy pero
que muy polisémica. O al menos, tiene sus días
raros.
Eres apenas un niño. Un niño repleto de ilusiones,
de generosidad, con unas ganas inenarrables de dejar huella,
con ideales, con una fe capaz de mover cordilleras enteritas.
Eres ese tipo de crío que los mejores padres quieren
y sobre todo temen tener. Y encuentras un entorno en el que
se te transmite la más absoluta certeza: este es tu
sitio, este es el cauce por el que tu deseo de entrega a un
ideal superior debe fluir.
Vas conociendo muy poco a poco las reglas de funcionamiento
del asunto. Como a origen has asumido que lo entregas Todo
Todo Todo, no cabe la posibilidad lógica de que a continuación
te plantees los porqué o los cómos. Solamente
puedes plantearte el ritmo de tu entrega, el caudal de tu
generosidad. Nunca si tal o cual cosa es idónea o adecuada,
si coincide con la visión que tenías de tu vocación
de servicio a ese superior ideal que te enamoró (y
te sigue enamorando). No cabe un análisis de los contenidos,
ni siquiera de las formas. El Todo Todo Todo lo abarca todo,
obviamente. Y el único recurso racional que queda en
la conciencia es la autoevaluación del nivel de tu
respuesta. O mejor dicho, el grado de identificación
de tu respuesta con la respuesta que de ti se espera. Con
muy poquito margen (o sencillamente ningún margen)
para la aplicación de tu propia conciencia, para el
cotejo entre lo que esperabas, lo que soñaste aquella
deliciosa noche, con lo que ha resultado efectivamente ser.
Una cosa es decidir y otra cosa es aplicar. Y ahí
entra en juego la debilidad, la distorsión, el cambio
de circunstancias
Eso tiene todo el sentido del mundo.
Pero un análisis desapasionado no debe excluir que
también entra en juego ese bucle lógico que
te dice una y otra vez que si lo has entregado Todo Todo Todo
no te puedes plantear legítimamente la búsqueda
del más mínimo matiz. Si al mismo tiempo la
mera reflexión acerca de ello constituye en sí
misma una grave defección contra aquello mismo que
constituía el objeto de tu reflexión
entonces
aparece la jaula íntima en que no hay manera de volar
sin estrellarse una y otra vez contra los voluntarios barrotes
que tu mismo has construído alrededor de tu libertad,
de tu conciencia, de la mismísima almendrita de tu
humanidad.
Una lógica impecable si se está en condiciones
objetivas e indiscutibles de arrostrar a origen los millones
de consecuencais que tiene y tendrá sobre tu vida y
tu libertad. Una lógica dura, pero indiscutible. Otra
cosa es el estado en que asumes ese grandioso compromiso.
No dudaría, de entrada, de su legitimidad y validez
en condiciones de madurez suficientes. Pero sí es muy
cuestionable cuando se incurre a una edad y/o en unas circunstancias
en las que a todas luces se carece de lo más elemental
para embarcarse en semejante lid.
Y no es argumento aquello de los períodos de prueba,
los sucesivos pasos de incorporación, etc. No es argumento
desde que en la realidad, en el día a día, no
se les da jamás tratamiento de períodos "de
prueba" o de reflexión o evaluación, sino
que se insiste constantemente en que la entrega es una y única,
y esos sucesivos hitos no son otra cosa que confirmaciones
(en todo caso) de la entrega emprendida con aquél primer
(y en términos reales único) compromiso epistolar.
Nada de "pensémoslo mejor, con tiempo, analicemos
si hemos acertado o no". No sólo no se fomenta,
sino que el simple hecho de plantearlo es una tentación
diabólica contra el mayor tesoro, la vocación.
Ni pruebas, ni nadená. Desde el primer minuto, compromiso
definitivo e irrenunciable. Así son las cosas, digan
lo que digan los papeles antiguos y los nuevos. Catorce y
medio. Y punto.
Con que ya ves, la cosa consistía en llevar a cuantos
más amigos mejor al centro. Y por supuesto, a rellenar
una impoluta "hoja de normas" hasta lograr que ninguna
casilla estuviera vacía. Eso, y contarlo todo a Águila.
Todo todito todo: que si te acuerdas de Charo, que si te da
pena no poder ir con todos y como siempre al cine o a bailar,
que si esta semana te has tenido que confesar once veces porque
el apéndice ese, qué quieres que te diga, ahí
sigue el muy levantisco, cada día en mejor forma. Que
si de pronto todos te toman por gilipollas, que se preguntan
qué le ha pasado a este chaval, que ya no va ni viene,
que solamente va y viene al centro ese, una pena, si era un
tío que te cagas y ya ves, todo el día del gimnasio
a la casa campo y de la casa campo al gimnasio
Pero una servidora era gente seria, y lo primero es lo primero.
Los compromisos se cumplen, y aunque no ganase una para sorpresas
durante el período inicial (no te casarás, no
vayas con chicas por ahí, deja de hacer tal y cual
cosa, se acabó ir a ver el fútbol al campo,
ponte este invento de faquires un par de horas diarias, no
vayas a los viajecillos que tu mismo organizas en el cole,
casi mejor que en adelante los organice otro ¿no?....).
Con que a ir aplicando el dichoso Todo Todo Todo, y a meter
a más y más gente en los círculos, a
ser posible que vayan pitando (unos cuantos, desde luego)
y a dar buen ejemplo que para eso eres de los mayores y por
tu mediación ha querido Dios que les "toque la
lotería". Pues venga, a dar el do de pecho, a
tirar para adelante.
Hasta que un día cae uno en la tentación de
acudir a la fiesta de cumpleaños de uno de los más
inteligentes amigos que tenía, Querube. Y a esa misma
fiesta, como es lógico, acudieron mis antaño
amiguetas encabezadas por las amigas de las hermanas de Querube.
Chavalas de distinto porte y perfil entre las que seguía
destacando mi Charo. Charo estaba bastante escamada con el
divino invento ese que no sólo le había levantado
a su "chico guapo", sino que amenazaba con ir llevándose
a no se sabía dónde a lo más granado
de la panda, de la ya antigua panda. Charo, como casi todas
las chicas, era sabia. Y conocía a la perfeción
los resortes de mi personalidad. Ni corta ni perezosa, me
encaró a voces mientras bailábamos una lenta:
"cuándo piensas volver conmigo, con nosotras,
cuándo vas a dejarte de esas chorradas que te están
convirtiendo en un idiota". Ante la mirada de todas y
todos, contesté "¡cuando me dé la
gana, que es la razón más sobrenatural que existe,
para que te enteres, bocazas!".
Es el primer ridículo que recuerdo haber hecho en
mi vida. La carcajada se debió oir en el Parador de
San Marcos. Semejante tontería, dicha a voces para
que todos la oyeran mientras abrazadillo a Charo seguía
el ritmo de la música y mis masculinidades se recrecían
al contacto con ese delicioso cuerpecito que me reclamaba
dedicación. Como única respuesta a mis estúpidas
palabras y a la feroz hilaridad que provocaron, mi acompañante
ciñó más su abrazo y estampó sobre
mi boca un increiblemente intenso besazo lametón que
aún recuerdo como uno de los más eficaces recursos
de la condición femenina en la tierra. Me llevó
de la mano al dormitorio más cercano. Y al cabo de
un par de horas nos fuimos juntos a confesarnos y a pasear
ante la mirada mitad envidiosa y mitad sorprendida de la concurrencia.
Mi conversación con ella fue lo más maravilloso
que servidora había experimentado nunca. Comprensión,
incluso impulso de mis inquietudes por cambiar el mundo, por
hacer llegar a Dios a todos. Pero juntos. Juntos para siempre
y amándonos sin freno. Hagamos una aventura singular
con nuestras vidas, yo te cuido, tu me cuidas, y juntos le
damos al calcetín todas las vuestas que haga falta,
mi amor.
Hay que reconocer que, a la vista de lo sucedido, algunas
de las "medidas de prudencia" (o sea, prohibiciones)
de Águila resultaron estar más que justificadas.
Si no hubiera querido (soberbia) demostrar a todo el mundo
que seguía siendo el mismo (vanidad) acudiendo a la
fiesta de Querube (avaricia), Charo no habría aprovechado
su oportunidad (lujuria). También es cierto que probablemente
habría surgido en cualquier otra ocasión. No
lo sé. Pero es cabal: si hubiese hecho caso al jefe,
esto no hubiera sucedido. Luego la ley estaba bien dictada.
Las cosas como son.
Y a contarlo, claro. Y a añadir que don Curaentero
me había dicho (nos había dicho a Charo y a
mi) que si bien estaba fatal lo que habíamos hecho,
nos dispusiéramos a vivir un cristiano noviazgo a los
pies de la Virgen, y que la solución a nuestra mutua
concupiscencia radicaba más en la entereza de nuestra
fe y devoción que en ese necio escrúpulo que
me inclinaba a mí a dejarla por un bien superior "que
no se sabe lo que es, y menos a tus años".
A Águila no le gustó el evento de la fiesta,
pero menos aún el inmediato recurso a don Curaentero.
"Pues haces lo que sea y te vienes, y hablas y te confiesas
con don Inglan, que para eso es el buen pastor. No vuelvas
a lavar los trapos sucios fuera de casa, aunque ni siquiera
sepa el cura en cuestión ni quién eres ni si
eres o no de los nuestros".
Pues qué quieres que te diga, Águila. Yo no
me siento mal por estar enamorado de Charo, al contrario,
me siento cojonudamente bien. Caídas a parte, no veo
por qué esa deliciosa relación se opone a mi
entrega a Dios. Somos de la calle, ¿no?, uno más,
gente corriente que va y viene, pues coño más
corriente que ir con una preciosidad del brazo
. No me
convence, Águila, eso de que no es lo que Dios quiere
para mi. Al fin y al cabo ¿quién puede saberlo
de cierto? Ya, ya sé que lo he entregado Todo Todo
Todo, pero también es verdad que lo he hecho para ser
un cristiano corriente y no un tío raro que deja a
los amigos, a las amigas, el abono del campo de fútbol,
los viajes con los coleguillas
. Yo quiero, deseo hondamente
seguir este camino de entrega para cambiar el mundo. Pero
no pienso dejar a esta chica. Ni de coña la dejo. Ni
a Dios. No dejo a mis amores. Ni los separo.
Fui capaz de hablar aproximadamentre así, pero no
me salió gratis. Las consideraciones de Águila
y mi natural sentido del deber me colocaron en la encrucijada
más canalla que haya visto jamás en propios
y extraños: si sigo mi convencimiento, pongo en riesgo
mi salvación, la de algunos de mis amigos que ya "me"
habían seguido (para esa circunstancia, la gracia era
lo de menos, lo importante era mi ejemplaridad, hay que joderse);
y si no, he de renunciar al más profundo sentimiento
humano que nunca hubiera conocido. Lo más difícil
de todo: que ambas cosas era de todo punto incompatibles,
que tenía que elegir entre la más egoísta
traición y la más natural y reflexiva tendencia.
Entre medias, el Todo Todo Todo. Joder con el Todo Todo Todo.
Y la lotería. Y el cambiar el mundo. Y un calcetín.
Y el ser un tío de una pieza, sin condicionantes, libre
para ser instrumento de la divinidad. Dócil a la gracia.
Obediente a la suprema voluntad que rige los destinos de quienes
de veras están dispuestos a pugnar por la santidad
a toda costa, voluntad que solamente nos llega a través
de los directores. Sin mediocridades, sin condiciones. Fieles
vale la pena, que para eso pito pa que pites tu, al ciento
por uno desde la primera peseta, tan buen ganadico como tu
deberías ser, adelante sin miedo no quedes atrás,
que soy un borrico de noria que empleó tinta y cálamo
cálamo cálamo y a redactar
A veces pienso que las semanas en que arrastré la
horrible carga de esa decisión, de esa elección
onerosa y cabrona, me hicieron madurar más que los
poco más de quince años anteriores de mi vida.
Y al mismo tiempo, tiemblo al considerar la posibilidad de
que aún hoy se cargue impunemente con semejante fardo
moral la conciencia de algunos de los chavales o adolescentes
que tengo cerca en mi vida. Duro. Durísimo. Agobiante.
Imposible de discernir. Sin matices. Sin anestesia. O todo
o nada. Y si es nada, mucho cuidado con tu cutre felicidad
terrenal y desde luego no cuentes mucho con la eterna; ni
la tuya ni la de quienes indudablemente van a ser influidos
por tu decisión lo quieras o no.
Conmigo o contra mi. Todo o nada. Dentro o fuera. Blanco
o negro. Ángel o Demonio.
En esas estaba. Mi generosidad me empujaba a hacer caso a
Águila, y mi conciencia me llevaba por el camino natural;
entre medias, mi inteligencia se obstinaba en preguntarse
porqué coño tenían que ser incompatibles
ambas cosas. Al pensarlo ahora, me parece un milagro que no
enfermara por aquella época. Recuerdo una permanente
tensión obsesiva, una pelea tremenda entre el sentido
del deber, la palabra dada, contra el sentido común
que me indicaba la perfecta compatibilidad de mis dos anhelos;
mi necesidad de ser alguien importante para cambiar un mundo
que era una mierda, mis ganas de integrarme en una empresa
única, ser punta de la lanza
. Y mi naturalísima
inclinación a ser un tío normal y corriente
mientras efectivamente emprendía ese camino de santidad
y revolución amando a mi amada.
Muy difícil. Joder. Dificilísimo.
Pero la vida da vueltas. Y don Inglan tuvo una idea. Debía
ser tal mi zozobra, que la sencillez y generiosidad de mis
planteamientos hubieron de mellar las rigideces de la vigente
"praxis". No olvidaré jamás aquella
tarde en que don Inglan, con su más humana sonrisa,
me informó que "los directores" habían
decidido hacerme supernumerario. "¿Hacerme qué,
don Inglan?" Pues supernumerario, ¿es que no sabes
que existen los supernumerarios?. Pues no, no lo sabía.
Así que me lo explicó con paciencia y alegría.
Cada frase provocaba mi adhesión. Se encendían
en mi interior todas las luces que en las semanas previas
habían ido fundiéndose. Eso es exactamente lo
que siento, lo que quiero, lo que necesito, lo que puede hacerme
feliz y eficaz. Eso. Exactamente eso.
El abrazo más prieto de mi vida. Una relajación
casi física. El final de un calvario interior que había
postrado mi personalidad hasta la incapacidad para reir. Unas
lágrimas abundantes regaron la dicha de mi nuevo status.
Dios no estaba contra Charo, igual que Charo no estaba contra
Dios.
La paz. La paz que había perseguido con tanto ahínco
entre las contradicciones más irracionales y demoledoras
que hubiera sido capaz de concebir.
La calma. La paz.
Y unos meses de disfrute, de apostolado feroz, de cumplimiento
de las normas, de más y más chavales (y chavalas,
por cierto, hasta que me dijeron que lo dejase, que me limitase
a "pasar fichas"). Fleté la misa de ocho
y media de al lado para que los primeros viernes todas mis
pandillas se garantizaran la celestial clemencia final ante
los más que probables pecados del sábado siguiente.
Fe. Fuerza. Ahínco. Lucha. Caídas y levantadas.
Charo entusiasmada, yo con ella, don Inglan con ambos, y Águila
un poco raro la verdad pero bien, sin nada grave.
Pero la fortuna e móbile. Y a los pocos mesecitos
cambia el consejo local en pleno. Al ser sustituído
Águila, mi siguiente "amigo íntimo"
(le llamaremos Burgueloino) me espeta a las primeras de cambio
que qué es eso de que salga con chicas y tal, que si
pité como numerario eso debía ser, y que vaya
chapuza. Que inmediatamente lo dejaba todo y empezaba a vivir
como Dios manda y está escrito y dicen los directores.
Ya está bien de mediocridades. La entrega es la entrega.
Si lo he dado Todo Todo Todo, pues eso, es Todo Todo Todo.
Que está el Padre trabajando como un mulo por nosotros,
y la Iglesia tan necesitada de gente de la buena, y yo ahí
haciendo el imbécil. Que se acabó.
Y se acabó. Lo volví a dejar todo. Me costó
sudor y lágrimas, pero lo hice. Tan a lo bestia era
el cambio, que decidieron que me iría a vivir a un
centro para que el desempeño vital fuera posible. Como
además me correspondía ya un cambio de colegio,
pues mejor aún. Vida nueva.
Y a fe mía que empezó una nueva vida para mi.
Comenzó la "vida de familia", la experiencia
real del vital devenir, la sensación permanente de
estar en manos de terceros, el enamoramiento de la divinidad,
la vida interior rica, poética, llorona, sensible,
consoladora. La mortificación como casi finalmente
afición y necesaria para domesticar unas tendencias
tan perturbadoras, una afectividad desbocada que se aplica
a las más peregrinas circunstancias con tal de no dar
con el malquerido recuerdo de la felicidad. Todo Todo Todo.
Lo que debe ser una adhesión puede convertirse en
la rara e inconsciente satisfacción de constituirse
en víctima voluntaria de un devenir incomprensible
pero inevitable. Un deber que cumplir, un compromison al que
honrar, unas costumbres que seguir, una personalidad que sacrificar
en el ara de la divina voluntad que, of course, nos viene
a través de los directores. Una situación que,
con permanentes altibajos, me llevó hasta el centro
de estudios.
Pero eso ya lo contaré en otra ocasión.
Las cosas como son.
No se puede evaluar del mismo modo una decisión tomada
en condiciones pésimas de madurez e información,
o sea, prácticamente determinada por las circunstancias
y con un concurso muy limitado de la voluntad propiamente
dicha
. que otra decisión adoptada con un razonable
conocimiento de causa y a la vista de una base documental
y existencial más que suficiente para hacerse una idea
cabal de las consecuencias. Y si cualquier crítica
acerca del primer escenario merece toda clase de parabienes,
el segundo supuesto es otra cosa. Que a una le vaya mejor
o peor en el desempeño es cuestión diferente.
Si nos ceñimos a la legitimidad de la decisión
(también a la legitimidad teórica de su promoción
y aceptación institucional), hemos de convenir en que,
si bien el primer impulso (el acto decisorio propiamente dicho)
puede haber sido muy inconsistente, no tienen por qué
haberlo sido también las ulteriores y personalísimas
confirmaciones. Es un dato empírico que a mis catorce,
a mis quince o a mis dieciséis no me cabía la
posibilidad de tomar semejante decisión como Dios manda.
Pero no lo es menos que a mis 20 y a mis 24 sí era
perfectamente viable una decisión madura, un juicio
coherente, una reacción negativa, una iniciativa correctora.
Sí, ya sé que en muchos casos con sujeción
a presiones más o menos intensas, con el indudable
peso de los hábitos adquiridos, con una rotunda cosecha
de costumbres y de mecanismos disuasorios que pesan un montón.
Sí. Pero cuando se trata de la vida de una, de toda
la vida, del resto de la vida de una, no hay decisión
(y menos si es negativa, de apartamiento) sobre la que no
recaiga un quintal de condicionantes. La decisión de
seguir o no es una de ellas. Una más. De las gordas
gordísimas, pero una más. Y no diré que
sea "fácil", pues bien sé que en absoluto
lo es. Pero es "posible", es viable, y bien pensado
es hasta "exigible".
De manera que, igual que puedo achacar a mis Águila,
Delegonio o don Inglan una mala precipitación, o una
influencia aprovechona, o una imprudencia desdichada, o si
me apuráis incluso un comportamiento desconsiderado
y pernicioso (en términos objetivos, que sus conciencias
no juzgo, of course)
. igual he de achacarme a mí
mismo la responsabilidad (la contumacia en el error) por el
tiempo transcurrido desde que razonablemente tuve recursos
para decicidir y ejecutar la rescisión de tan peculiar
contrato, hasta que efectivamente lo hice.
Las cosas como son.
Y aún reconociendo que mis circunstancias, unidas
a los recursos de mi natural condición, podían
ser mucho más favorables que las de otras personas
cara a la adopción de una decisión tan puñetera,
tengo la pertinaz impresión de que hay gentes que abusan
de las llamadas al Agobio, al Stress, a las Circunstancias,
a las Influencias, a la Psicología, al Entorno. Gente
que le echa todo el barro de unos años de frustración
a "ellos". No voy a sostener que esas cosas no "dificulten".
Pero como en muchas ocasiones parece pretenderse que "impiden",
manifiesto mi desacuerdo con la automática aceptación
de semejante argumento o justificación para limitarse
a atacar. Desde determinado instante vital, contra la Santa
Coacción siempre puede prevalecer la Santa Voluntad
del santamente coaccionado.
Asumiendo el riesgo de parecer insensible, necesito remarcar
que una persona mayorcita, con sus ventitantos o más
años, que haya transcurrido allí una buena porción
de su biografía, está normalmente capacitada
para darse cuenta de que no era lo que parecía, o que
no es lo que desea. Capacitada para plantearse una solución
a su vida. Y para adoptar las decisiones que buenamente quiera,
y desde luego ponerlas en práctica sin más costes
que los que cualquier decisión difícil produce
en la vida de quien -como yo mismo- se haya equivocado gravemente
en algo esencial y aspire a corregir el yerro.
Coño: es la posible felicidad contra una mala temporada.
Las cosas como son. Puede alguien caer en la auto-falacia
de excusarse por completo. Y creo que en muchísimos
casos no sería justo ni cierto. Si uno está
tan sumamente puteado, tan increiblemente subyugado, tan indudablemente
jodido, tan globalmente descontento
. pues uno tendrá
que adoptar determinadas medidas. Medidas que nacen en el
fuero interno y cuya materialización no tiene por qué
ser fácil, al menos en bastantes casos. Pero una cosa
es admitir las objetivas dificultades de esa ejecución,
y otra bien distinta endilgarle a los otros todita la culpa,
todita la responsabilidad de ambas fases: la de tomar interiormente
la jodidísima decisión de romper, y la de exteriorizarla
y ejecutarla. Lo cierto es que quienes así hablan,
en efecto, lo hacen ya desde fuera. Y eso muestra con alguna
claridad , según Pero Grullo, que finalmente es asequible
dar el paso. Pues si es asequible, si lo pudiste hacer, si
estás ya al otro lado
. no te empeñes en
buscar culpas a tontas y a locas; y si las buscas, no las
busques solamente fuera de ti.
En mi particular proceso vital he acabado por comprender
que si la primera vez que pensé seriamente en irme
lo hubiera hecho, nada grave me habría sucedido. He
de admitir que fui cobarde ante los argumentos contrarios;
que no fui capaz de sostener los dictados de mi conciencia
en el chubasco criteriológico que me inundó;
que decliné mi propia manera de ver la vida (de verme
a mí mismo, nada menos) para adquirir en las rebajas
emocionales otras visiones ajenas; que o bien la seguridad
en mi propio juicio no era tanta como pensaba, o bien claudiqué
ante los embates de quienes merecían mi crédito;
que fui débil, coño. Que no tuve la capacidad
necesaria, que no estuve a la altura de las circunstancias.
Que me dio por creerme cosas que eran falsas, por asumir mucho
más allá de lo razonable el honor a la palabra
dada.
No dudo que existan situaciones límite, algunas de
las cuales he leido por aquí y han hecho girar mi higrómetro
facial y contraerse mi apreciado estómago. Por algún
motivo, me parece verosímil la mayor parte de las aventuras
que se leen. Pero ni todas las situaciones son "límite",
ni todos hemos sido "víctimas". Hay gente
-entre los que me cuento- que desde el momento en que tuvo
la capacidad vital para re-definir su vida, se abstuvo de
hacerlo durante un prolongado lapso de tiempo. En condiciones
bastante normales. Sin especialísimos puteos ni desmedidísimas
"coacciones". A precio de mercado, vaya. Y qué
queréis que os diga: echo de menos por aquí,
con carácter general, más reflexiones acerca
de tal circunstancia. Y como yo mismo ya lo mastiqué,
pues os lo digo: busquemos dentro de nosotros mismos esa parte
de cobardía, necedad, debilidad o incluso acomodamiento
que en su día nos venció. Como servidora anduvo
años en tal situación, lo expresa con tanto
desahogo.
Que seamos autocríticos, caramba. Que seamos "también"
autocríticos. Que mantengamos la claridad para admitir
nuestros pasados errores. Y ya de paso (no va a ser muy popular,
pero así lo pienso) una más holgada generosidad
a la hora de asumir como buenas o correctas algunas (para
unos más, para otros menos) de las cosas cositas cosas
que nos pasaron, que nos hicieron, que les hicimos.
Por más que algunas de ellas parezcan extraídas
del ingenio más castizo. ¿Os habéis fijado,
por ejemplo, en que se mantiene un nivel altísimo de
gracejo, incluso desenfado, al narrar episodios tan dolorosos?
He llegado a pensar que existe
no sé si un "estilo",
pero sí una estructura comunicacional propia de la
cosa; un fondo que por lo que veo nos permanece a muchos,
y que se refleja en el particular aire con que afrontamos
el teclado. Una mezcla de relato descomplicado, humor más
o menos patente, mucha claridad en la exposición de
las ideas, una adjetivación mucho más rica de
lo normal
. No sé si es una parte buena del legado
que nos dimos a nosotros mismos al cambiar otra vez de vida,
o si es más bien la consecuencia lógica de años
de lecturas de mucha calidad literaria, de muy bien trabada
corrección gramatical. Me ha parecido francamente curioso.
No es fácil encontrar actualmente tanta calidad escribanera
(del verbo "escribir") reunidita.
Lo dicho al principio es aplicable "después".
Porque desde luego al "principio", a los dichosos
catorceymedio, no. Lo de los niños es inefable. Más
de una vez me he parado a recordar últimamente la cantidad
de presiones que apliqué en tal o cual club o centro
a auténticos niños, a decenas de ellos. Presiones,
si. Y para más inri, encantado de encaminarles de ese
modo a la felicidad eterna y a la temporal, que como en el
híper la oferta era "dos por uno". Observándolo
desde mi actual madurez (es un decir), verdaderamente me avergüenzo.
Porque, al fin y al cabo, empujar a un chavalín de
aquellos a que rezara, que hiciera pequeños sacrificios,
fuera a misa, se dejara de gimnasias a media altura, pues
es estupendo. Pero no recuerdo yo haber pronunciado trágicas
palabras al respecto. Sí muchas y muy trágicas
y heroicas cuando el tema era más específico:
desde ven a la meditación o al círculo, hasta
"tienes que pitar, Dios te lo pide a voces, debes ser
generoso, no hay duda posible, todo indica que te ha tocado
la lotería, eres uno de los nuestros, del resto de
Israel, llamado a ser inmensamente feliz aquí y allá,
mira tío: la felicidad en el cielo, y el ciento por
uno (TAE) en la tierra
.".
Eso es lo que se me atraganta. Diría que lo único
que se me atraganta sin el menor asomo de tolerancia o comprensión,
sin posibilidad de remedio. Y me hace reflexionar sobre la
insondable condición humana: a mi me parecía
que hacía lo que tenía que hacer, lo que Dios
deseaba que hiciera. Iba de buena fe. Joder, sin ánimo
de amargarle la vida a nadie, sin expresa conciencia de estar
exigiendo muchísimo más de lo exigible, sin
pararme a pensar en algo tan elemental como que hablar así
a un niño de trece, catorce, quince años
.
es una genuina barbaridad, una tropelía sin nombre.
Y si es con buena intención
las consecuencias
son las mismas.
Eso es lo más curioso. Que acabara uno desdibujando
en su interior determinados límites. Que la ausencia
de la más elemental información llegara a parecerle
a uno parte de la magistral suavidad con que Dios trata a
las almas. Que estuviera uno dispuesto a pelarse el trasero
con tal de que fulanito (14 años) pite, o que menganito
(15 años) no despite.
A todos ellos, mi reconocimiento. A los que después
se han replanteado la vida con toda autonomía y libertad,
mi enhorabuena: tanto a quienes asumieron y confirmaron después
con serena madurez su situación, como a los que decidieron
en cuanto pudieron que ese no era su camino.
Acabo de darme cuenta de que no os he contado nada de lo
que tenía pensado para hoy. Otro día seguiré
con la historia. Estos arrebatos reflexivos, que quede claro,
son completamente impropios de mi condición.
Hasta ahí podíamos llegar.
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