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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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"AL PASO DE DIOS"

MELQUI, 15 de junio de 2004

 

Me parece que una mínima honradez intelectual (como, en principio, propugnaría el llamado espíritu de la Obra), obligaría a los detractores de la página a acercarse con algo más de objetividad a los testimonios de los que en ella escriben, sin aplicar el pre-juicio que la propia institución les inculca, consistente en considerar mentiras e infundios de origen diabólico todo aquello que ponga de manifiesto contradicciones o malas prácticas en la institución Opus Dei.

Dialogar tiene sentido si existe un ánimo verdadero de buscar la verdad entre todos, pero no si se trata de imponer a los demás nuestros propios prejuicios, que es lo que creo que se trasluce en cualquier persona de la Obra que asoma por aquí. En este sentido, podíamos recordar a Antonio Machado:

“¿Tu verdad?,
No, la verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.”

Afortunadamente, mis casi 25 años fuera de la institución, contra los casi cuatro años que permanecí en ella, hacen que no guarde resentimiento alguno a la institución ni mucho menos a las personas con las que tuve la oportunidad de tratar en ella. En realidad, esa etapa estaba prácticamente olvidada, hasta el punto de que me costaba recordar hechos concretos. Dos hechos son los que han venido a despertar mi memoria en cuanto a las cosas que ocurrieron durante mi estancia en la Obra: El encontrar esta página y el que mi hija mayor, de 14 años, haya comenzado a ser invitada a un centro de la Obra y sus actividades paralelas. (Por cierto, ahora viene el acoso con los campos de trabajo en verano).

Por lo tanto, mis escritos en esta página en modo alguno son fruto del odio ni del resentimiento. Sino que responden a ese despertar de la memoria, provocado por tantas personas que compruebo vivieron lo mismo que yo, y a una cierta necesidad de advertir a todos los padres que NO DEBEN dejar solos a sus hijos de 14 a 17 años ante el acoso de la Obra. Una persona mayor puede adoptar libremente la decisión de hacerse o no miembro de la institución, pero un chico o una chica de 14 a 17 años no tiene esa libertad. Y no la tiene porque la forma de enfocar el asalto a esa personita por parte de la Obra está pensado precisamente para cargarse esa libertad y para romper las defensas de su alma. Es una cuestión de estrategia, no de valorar en profundidad lo mejor para esa persona. Es una cuestión de estadística, no de vocación personal. Es una cuestión de “arrancar a Dios” las vocaciones, al precio que sea, para cumplir los objetivos concretos. Se le regala al Padre una vocación como se regalaba al César una esclava.

Y en honor a la verdad, hay que reconocer que las personas que están en la Obra lo hacen con la idea de estar cumpliendo la voluntad divina y no con mala intención, pero no por ello las consecuencias dejan de ser igualmente nocivas y peligrosas para la persona. Siempre que alguien me dice que una persona determinada no tiene mala intención, le contesto: “tampoco tienen mala intención los terremotos, y ocasionan miles de muertos”.

Pero también hay que reconocer, en honor a la verdad, que en la Obra no te dicen todo antes de entrar, al contrario de lo que dice Julissa. Y hay que reconocer, en honor a la verdad, que en la Obra no se pueden hacer las mejores amigas, al contrario de lo que dice Julissa, por el simple hecho de que están prohibidas las “amistades particulares”, al menos entre los numerarios. Otra cosa es que Julissa sea supernumeraria, como parece deducirse de su escrito, pero entonces no puede dar lecciones a nadie de lo que es la Obra porque no la conoce por dentro. No olvidemos que, aunque “todos son espina dorsal” y aunque “yo sólo tengo un puchero, hijos míos”, no dejan de pertenecer en realidad a la “clase de tropa”.

Y este no decirte todo antes de entrar puede resultar nefasto para una persona de 14 o 15 años, tal y como se desprende de los escritos de Lapso y de J.O.. Porque una vez que han conseguido llevar la cuestión de entrar en la Obra al terreno de la generosidad, de la respuesta a Dios que te pide todo, todo, todo, ya todo lo demás entra como un supositorio.

Mi experiencia personal tiene bastantes coincidencias con la de Lapso. Mi acercamiento a la Obra fue a través de un “Curso de iniciación al BUP” que uno de la Obra fue a anunciar a nuestro Colegio, cuando estábamos en 8º de EGB. Nosotros ni sabíamos ni que el centro en el que se daba era de la Obra, ni nada por el estilo. Pero el caso es que un grupo numeroso de mi curso empezamos a acudir por el centro a partir de entonces, unos doce o trece, de los cuales todos terminamos pitando poco a poco y todos fuimos despitando poco a poco, excepto uno, según creo.

También yo acudí a una convivencia “vocacional” a Huelva con escala en Sevilla para la noche del jueves al viernes santo. Y también yo tuve que esperar hasta tener los 14 y medios exactos para escribir la carta.

Lo único que yo sabía de mi vocación es que la habían visto todos los que venían al centro, tanto seglares como curas, y el Director del Colegio Mayor Santillana, al que estábamos adscritos. Y que esa vocación consistía en responder con generosidad a la llamada de Dios mediante una entrega total para toda la vida. Y lo único que me habían preguntado es que si preferiría ser como el cura o como los numerarios que venían al centro, a lo que yo respondí que como los seglares.

Al tiempo de escribir a carta pidiendo la admisión, comenzó mi “instrucción” a través de uno de mi curso que había pitado un año antes (yo iba un curso adelantado por edad). Y de pronto, me suelta un día: “bueno, ya sabes que al hacerte de la Obra renuncias al matrimonio”. Reconozco que, por no parecer idiota, contesté que sí que lo sabía, aunque nadie me había dicho nada hasta entonces. Pero bueno, con 14 años la verdad es que yo no pensaba todavía en el matrimonio, ni me parecía que estuviese renunciando a gran cosa.

Esto, evidentemente, representa ya de por sí un vicio del consentimiento de tal envergadura que debería haber hecho nula la carta de admisión. Pero, por aquello de la generosidad, de la entrega total, de la ingenuidad que dice J.O., pues tragas y sigues adelante.

Otro día, se me plantea la posibilidad de ir al cine a ver una película, y mi “instructor” me aclara que “los de casa no vamos al cine”. Al preguntar el motivo, no hay razones. Simplemente, pues a nuestro Padre no le parece oportuno.

Como pité al comienzo del verano, un día me pregunta que qué voy a hacer, y le contesto que iré por la mañana a la piscina con mis padres. Inmediatamente, me informa que “los de casa no vamos a piscinas públicas”. La explicación es clara: la pureza y tal. Pero es que otro día se te ocurre proponer una partida de ajedrez, y resulta que “los de casa no jugamos al ajedrez”. La explicación que me dieron a esto es que era un juego tan absorbente que te arriesgabas a ir todo el día por ahí pensando en nuevas estrategias y en cómo ganar a no sé quien en lugar de cuidar la presencia de Dios. Todo esto, es cierto, resulta absolutamente peregrino contado así. Pero, como dice J.O., estás en pleno “efecto burbuja” y, hay que reconocerlo, la gente te trata con cariño, el ambiente es agradable, tienes la autoestima por los cielos y, no lo olvidemos, has entregado a Dios TODO, TODO, TODO. Así, sin más concreciones.

Luego llega el curso de verano. Y todo sigue. Un día te hacen una corrección fraterna por hacer el crucigrama del periódico en los diez minutos en que esperamos que se abra el comedor, porque “los de casa no hacemos crucigramas ni pasatiempos porque el tiempo es oro”. Otro día te enteras de que los de casa usamos el cilicio dos horas diarias, pero puedes empezar dos días a la semana. Otro día te dicen que tienes que flagelarte con las disciplinas una vez a la semana. Luego resulta que tu director te aconseja que tomes el sol para que tu madre no diga que si en la Obra me tienen encerrado todo el día, y que me vea moreno. Sólo lo hice el primer día, mientras estudiaba Filosofía, porque al día siguiente otro director te autoriza una corrección fraterna para decirte que los de casa no tomamos el sol, porque es una pérdida de tiempo.

Luego te enteras de que tienes que guardar el tiempo de la tarde y el tiempo de la noche. Que un día tienes que dormir sin almohada. Te dan una hoja de gastos para controlar el dinero que usas. Te dan una hoja de normas para apuntar lo que haces y lo que no. Te presionan para que acoses a tus amigos de clase, utilizando tu amistad para beneficio de la Obra.

Luego te dice noséquién que cómo es eso de que voy a estudiar Medicina. Que para la Obra sería más beneficioso que estudiase Derecho. Y claro, planteas que si no somos libérrimos en materia profesional. Y la respuesta que sí somos libérrimos, pero se trata de elegir libremente lo que es mejor apostólicamente para la Obra, y yo daré más frutos apostólicos haciendo Derecho que Medicina. Y allí vas como un tonto haciendo caso, y matriculándote en Derecho, después de haber hecho COU de Ciencias, y además en el Ramiro de Maeztu para poder hacer Medicina en la Autónoma. Y luego, a explicarlo a tus padres tú solito, que no creas que es sencillo.

Y luego las correcciones fraternas por presuntas “amistades particulares”, y la “sinceridad salvaje” y tantas otras cosas que no cuento por no cansar y porque coinciden con las contadas por otros.

Y vas tragando y tragando, hasta que un día, no se sabe por qué, todo aflora de golpe y piensas que no estás en tu sitio. Que tú querías ser “un cristiano corriente en medio del mundo” y no lo eres. Que eres una máquina de cumplo y miento nosécuántas normas y nosécuántos criterios, pero sin ningún espíritu.

Y viene la crisis. A mí me surgió con 17 años, gracias a Dios, pero entiendo que otros hayan seguido en la burbuja más tiempo. No fue fácil marcharse.

La primera vez, me quedé directamente en mi ciudad, sin volver al Colegio Mayor Santillana en Madrid. Vino a verme mi director, para hablar de mi crisis y convencerme de volver. Y todo lo que le conté en cuanto a mis sentimientos le parecieron solamente tonterías y excusas de falta de generosidad. Pero lo más gordo es que, después de hablar, tenía que llevarme a mi casa con el coche. Y en lugar de hacerlo siguió camino hacia Madrid. O me tiraba del coche o volvía al redil. Sé positivamente que él lo hizo con buena intención, incluso recuerdo que alguien había contado en una tertulia una situación parecida con la aprobación de todos, ya que gracias a esa actuación el interesado había superado la crisis y hoy estaba muy agradecido de haber conservado su vocación gracias a eso. Se supone, además, que tratan de ayudarte a vencer una tentación diabólica, y todo está permitido en la lucha contra el mal. Nadie menciona siquiera que no eres jurídicamente miembro del Opus Dei, puesto que no has hecho ni siquiera la admisión. Todo se plantea en calve de fidelidad o infidelidad, como “otro judas”.

A estas alturas, mis padres ya debían considerarme lo suficientemente raro como para no extrañarse de nada. Pero imaginaros el “chute” de llamarlos desde Madrid a las siete de la tarde, cuando me habían visto salir de casa en mi ciudad a las cuatro. Dije algo así como que no me acordaba que tenía cosas que hacer al día siguiente y que había aprovechado que se venía fulanito con su coche.

Aunque me invitaron nuevamente a recapacitar, y recapacité, mi decisión terminó de ratificarse. Me pareció muy ilustrativa una frase del fundador citando un refrán castellano: “herrar o quitar el banco”. Es decir, que el banco de herrar tiene sentido si es que el herrero se dedica a su trabajo; si no, mejor es quitar el banco. Yo anuncié, tomando pie de esa frase del fundador que “había decidido quitar el banco”. Y llegó la segunda fase: que si quería ir a la Delegación a hablar con Don Javier X. No sé por qué, pero acepté. Supongo que por ingenuidad, por el efecto burbuja, sin ser consciente de que quizá me presionarían más todavía a no marcharme.

Pero la Providencia vino en mi ayuda. La verdad es que yo no me conocía muy bien Madrid, ya que iba del Ramiro de Maeztu a Santillana y de Santillana al Ramiro de Maeztu, pasando por un centro de Ríos Rosas. El Director me dijo el número del bus que tenía que tomar y el número de la calle Diego de León en que estaba la Delegación. El caso es que, cuando llegué a la calle en cuestión, no me acordaba del número, así que recorrí toda la calle buscando si en algún sito ponía Opus Dei. Nada. Pregunté a un barrendero. ¿Sabe donde está la delegación del Opus Dei?. Ni idea. Pregunté a unos jóvenes que pasaban por allí. Tampoco.

Total, que después de unas vueltas regresé al Colegio Mayor. Por supuesto que el Director no se creyó que no había encontrado la casa, sino que pensó que no había querido acudir a la cita. Además, parece que Don Javier se había cabreado por el plantón y ya no habría nueva cita. Entonces intentó hacer sus funciones el propio Director y tuvo conmigo una última charla en la que primero me amenazó con la condenación y, al no tener éxito, me atacó por el flanco de que “tú no eres ningún donjuan” (la verdad es que nunca he sido muy apuesto, pero, bueno, mi mujer y mis hijos me quieren), “no creas que vas a tener tan fácil ligar” (mi objetividad me ayudó a no tomarlo como un insulto), “si piensas que vas a casarte y ser feliz estás muy equivocado”, (curiosamente, igual que he leído en algún otro testimonio, resulta que él había ido a visitar recientemente a un exnumerario que se había casado y no era feliz), y otras presiones por el estilo. Pero afortunadamente, y a pesar de mis 17 años y pico, con el Director sí podía medirme y conseguí mantener mi decisión de quitar el banco. Además, el director pinchó en hueso suponiendo que tenía un tema de faldas entre manos. Ahora pienso que quizás si se hubiese producido la conversación con Don Javier en la Delegación, una persona con más experiencia me pudiese haber convencido de continuar. Y sólo se hubiese conseguido una de las consecuencias que relata J.O.: o el cinismo, o la depresión, o el sufrimiento para acabar saliendo más tarde igual.

Luego vino la salida. Como diría San Juan de la Cruz:

“En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡Oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada”.

Tan sin ser notado salí que no he vuelto a tener relación con ninguno de los que compartieron Colegio Mayor conmigo. Nadie me llamó, ni sé qué ha sido de todos ellos.

Y desde esta experiencia, que he contado a pinceladas, sólo quiero sacar esta conclusión: Yo no quería ser del Opus Dei. A mí no me explicaron a qué estaba diciendo que sí. Mi consentimiento estuvo absolutamente viciado de nulidad. Y todo hubiese sido distinto si me proponen la admisión con 18 o 20 años y diciéndome TODO a lo que me comprometía mi adhesión al Opus Dei. Hubiese dicho que NO.

Si dije que sí fue a algo que no era el Opus Dei, sino una inconcreta entrega total a Dios, que podría concretarse de mil formas diferentes y no necesariamente en el Opus Dei. Y ello fue posible primero por mi edad (14 años), segundo por el engaño de ocultarme la verdad y tercero por esa obsesión en confundir no hacer la admisión con ser “otro judas”.

El famoso “plano inclinado” por el que te enteras de lo que es la Obra con cuentagotas, no es sino un “engaño inclinado”. Es la mentira de la media verdad. Vuelvo a citar a Machado:

“¿Dices media verdad?
Dirán que mientes dos veces
Si dices la otra mitad.”

Por eso, creo que es imprescindible ocuparse de que los chicos de 14 a 17 años NO PIDAN LA ADMISIÓN en el Opus Dei. Esta es una responsabilidad de los padres y de todos los que tienen a su cargo la educación de la infancia y la juventud. Es preciso informarles de que, aunque les inviten a patinar sobre hielo o a un campo de trabajo o a una merienda, en realidad están intentando que se hagan de la Obra, que es como hacerse de una orden religiosa. Y es preciso animarles a que tengan la suficiente confianza con sus padres para que cuenten todo, porque todo lo vamos a entender, incluso que hayan escrito la carta al Padre, pero que nos lo cuenten por mucho que les digan que no. Y que permaneceremos a su lado pase lo que pase.

Hay que decirles que en la vida hay tiempo para todo. Que es importante no precipitarse en una decisión que te compromete para toda la vida, sobre todo a una edad en la que no has alcanzado suficiente madurez y más todavía si no dispones de toda la información necesaria para tomar la decisión con pleno conocimiento de causa.

Contrariamente a lo que parece por la actitud de la Obra, el fundador no dijo solamente “deprisa, deprisa, al paso de Dios”, sino que en otra época pedía ir “despacio, despacio, al paso de Dios”. Y Dios no es un Consejo Local presionado y agobiado porque el Padre ha pedido una vocación por centro antes de irse o 500 vocaciones por cada región. Cuando Elías espera que Dios se le manifieste, piensa que estará en el vendaval, y después en la tormenta, pero no: Dios se le manifiesta en una suave brisa. Ojalá que en la Obra aprendan a discernir lo que Dios quiere sin violencias, sin coacciones, sin prisas y con el verdadero convencimiento de que hay caminos como mínimo tan perfectos como el Opus Dei para llegar a Dios y, desde luego, mucho más antiguos y probados.

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