LA EVOLUCION DEL OPUS DEI EN ESPAÑA
(Ponencia al VI Congreso Español de Sociología,
A Coruña, 1999)
ALBERTO MONCADA
El primer Opus Dei se desarrolla en el seno del bando victorioso
en la guerra civil al calor del fervor religioso de la época
y Escrivá lo concibe como una especie de alternativa
católica a la Institución Libre de Enseñanza.
En los años cuarenta, favorecidos por un Ministro de
Educación simpatizante, una docena de sus miembros
ocuparon posiciones importantes en la Universidad española
y en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas
y trataron de establecer, sin saberlo muy bien ellos mismos,
una versión española de la Action Française.
Para ello crearon Ediciones Rialp, el nombre del lugar en
el que, según la mitología interna, la Virgen
confirmó en su misión al "Padre" mientras
cruzaba los Pirineos en su paso de la zona republicana a la
franquista. En Rialp publicó Rafael Calvo Serer su
"España sin problema", como respuesta a las
dudas de Pedro Laín Entralgo en "España
como problema" y Florentino Pérez Embid y otros
socios tradujeron el pensamiento conservador europeo declarándose
seguidores de Menéndez y Pelayo. El intento sirvió,
especialmente, para que Pérez Embid, Rodríguez
Casado y otros opusdeistas se incorporaran a la Administración
cultural franquista, primero en el Ministerio de Propaganda
de Arias Salgado y luego en la dirección y control
del Ateneo. La progresiva cercanía del grupo al poder
y, en particular, la estrecha relación entre Carrero
Blanco y Laureano López Rodó, que destaca como
organizador administrativo en el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, permitió la segunda y más
productiva etapa. Durante ella, años cincuenta y sesenta,
Franco entrega la dirección de la maltrecha economía
española a tres o cuatro opusdeistas, Alberto Ullastres,
Mariano Navarro, Gregorio López Bravo y, con ocasión
de esa preeminencia, surge un vigoroso "lobby" de
miembros, amigos y favorecidos de la Obra, que se asocian
y crean un montón de empresas nacidas al calor de la
nueva "familia". Son años en los que el grupo
se expansiona geográficamente, también fuera
de España, sobre todo en las dictaduras de América
Latina, Chile, Argentina, penetrando los grupos de católicos
que se sienten más lejanos a las consignas del Concilio
Vaticano II. Mientras tanto Roma ve con suspicacia a la fundación
escrivaniana y el cristianismo progresista acusa al grupo
de colusión con la dictadura española. Pablo
VI, que fue militante antifranquista desde su Arzobispado
de Milán, es particularmente crítico y bloquea
la petición de Escrivá de transformar la condición
canónica del entonces Instituto secular.
La actuación política de los opusdeistas de
la época se concreta en el primer ajuste duro de la
economía española, realizada al dictado de los
organismos internacionales y sin oposición popular
o sindical alguna y que rompe con el modelo preexistente de
autarquía. Las cosas fueron peores para la red de intereses
y empresas que se tejió alrededor de la Obra. Protagonizadas
generalmente por gente sin experiencia, las incursiones grupales
en el mundo financiero, editorial, de comercio exterior, se
han saldado con muchos conflictos internos y externos, clamorosos
fracasos y una fama de inmoralidad y arbitrariedad que desde
entonces han caracterizado las aventuras mercantiles de unos
hombres cuyos mentores difundían la idea de la santificación
del trabajo. El "affaire" Matesa, el Rumasa y tantos
otros están llenos de nombres opusdeistas. El socio
supernumerario Ruiz Mateos, a quien las autoridades del Opus
ponían como ejemplo de padre modelo, empresario ejemplar
y protector destacado, tuvo que ser prontamente excluido del
índice de los socios exhibibles en público,
sobre todo después de sus peleas públicas con
otros socios a los que achaca su caída en desgracia.
A tanto llegó la crítica que Escrivá,
a finales de los años sesenta, decretó la supresión
de las llamadas internamente empresas auxiliares u "obras
comunes", que fueron apresuradamente liquidadas. Las
empresas de prensa, en las que Escrivá tenía
puestas tantas esperanzas, "hemos de envolver el mundo
en papel impreso", decía, fueron las últimas
en perder la dependencia institucional y algunas se transformaron
en el grupo Recoletos (Telva, Marca, Expansión), dominado
por hombres y mujeres afines al Opus y hoy en manos inglesas.
Siguen coleando algunos escándalos y trapisondas como
el de la Fundación General Mediterránea, uno
de los instrumentos de la "economía sumergida"
del Opus que ha dado pié a tantos rumores sobre las
conexiones entre las finanzas opusdeisticas y las vaticanas
que algunos especialistas están empezando a documentar.
(Maurizio del Giacomo y Jordi Minguel, "El finançament
de l´esglesia católica", Descoberta 21,
1998).
Paralelamente, un grupo selecto de hombres y mujeres del Opus
asumieron la vieja tradición eclesiástica de
tener influencia en la Corte real. Mientras Federico Suárez
Verdeguer, Angel López Amo y Laura Hurtado de Mendoza
tomaban posiciones en la naciente casa del Príncipe,
otros promovían la restauración monárquica,
con partidarios de la candidatura de Don Juan, como el grupo
que dirigía Calvo Serer, o de la de Don Juan Carlos,
tesis de López Rodó e incluso algún opusdeista
apoyaba la candidatura carlista. El propio Escrivá,
finalmente, se decantó por las tesis de López
Rodó. (Véase, mi "Historia oral del Opus
Dei", Plaza Janés, 1985 y Jesús Ynfante,
"Opus Dei. Así en la tierra como en el cielo",
Grijalbo, 1996).
La tercera y actual etapa del Opus Dei en España coincide
con la restauración democrática, el papado de
Juan Pablo II y la crisis de la enseñanza católica
confesional. En la democracia hay algunos, más bien
pocos, hombres y mujeres del Opus en la cúspide de
los partidos de derecha nacional y regional y del poder bancario
pero ya no actúan de una manera teledirigida como durante
el franquismo sino en la prosecución de los intereses
normales del capitalismo democrático al que pertenecen
y del que extraen una cierta plusvalía para los fines
propios. Al carecer España de un partido de extrema
derecha no se puede cuantificar el trozo de extremismo político
de la Obra aunque era obvia la simpatía de tantos militares
y algunos civiles opusdeistas por los protagonistas del intento
de golpe de Estado de febrero del 81. "Los militares,
por el sólo hecho de serlo, tienen ya la mitad de la
vocación al Opus Dei", predicaba Escrivá.
Juan Pablo II modifica la línea crítica del
Vaticano hacia la Obra. Le concede, ya muerto Escrivá,
la deseada transformación canónica y con ella
una amplia autonomía de los obispos territoriales y
beatifica al fundador en un episodio de manipulación
del expediente que es criticado agriamente incluso por miembros
de la Curia. Pero lo más importante de la nueva etapa
es la transformación de la Obra en una organización
dedicada preferentemente a la enseñanza privada heredando
la atención a las clientelas de clase media que los
jesuitas estaban abandonando.
Escrivá había escrito en los documentos fundacionales
que la Obra no tendría nunca centros de enseñanza,
que lo propio de sus socios debía ser la actividad
profesional ejercitada preferentemente "en instalaciones
del Estado y con dinero del Estado" (Vid. Instrucción
de San Gabriel, documento interno, 1937). Sin embargo, ni
Escrivá ni sus delegados españoles dejaron de
acoplarse a las circunstancias que les rodeaban, de hacer
de la necesidad virtud. Liberadas tantas energías a
partir de la crisis del modelo político mercantil,
se inició una ininterrumpida carrera de creación
de colegios de primaria y secundaria, y algunas Universidades,
unos dependientes directamente de la institución, otros,
de sociedades interpuestas. En 1999 no hay ciudad española
ni capital latinoamericana que no tenga un colegio del Opus
para chicos y otro para chicas, no se practica la coeducación,
y algunas ciudades tienen tres o más. En ese empeño
pedagógico, y en la burocracia interna, gastan sus
energías la mayoría de los socios numerarios
del Opus que, en cierto sentido, se ha transformado en algo
parecido a aquellas congregaciones de enseñanza, como
la de los Hermanos de la Salle o los Maristas, que surgieron
en Francia como reacción contra el laicismo y el anticlericalismo
de la Revolución. Eran gente seglar pero con votos
religiosos secretos, actuaban y vestían como laicos
pero progresivamente sus costumbres e incluso su vestimenta
se fueron uniformando, algo parecido a lo que ocurre con los
solteros y, sobre todo, las solteras de la Obra. Estadísticamente,
el paradigma del numerario de la primera hora era un intelectual
bien educado. El de la segunda un ejecutivo, un gestor exitoso.
El del momento actual un maestro afrailado.
Escrivá no era ajeno al machismo tradicional en la
teología y disciplina católicas y diseñó
un modo de organización en el que las mujeres tenían
como actividad profesional principal la administración
y cuidado doméstico de casas y centros. Incluso una
clase de miembros femeninos, las procedentes de hogares humildes,
se llamaban sirvientas en la primera edición de las
Constituciones."Son y se llaman sirvientas", decía
el texto. Como consecuencia de tal diseño, los numerarios
deben ser los últimos beneficiarios del status del
señorito tradicional, que no se ocupa de los asuntos
domésticos porque eso es cosa de las mujeres de la
familia y, en este caso, de sus "hermanas" en el
apostolado. Sin embargo, un cierto porcentaje de las mujeres
del Opus Dei se están incorporando a la nueva vocación
pedagógica de los varones y regentan colegios para
niñas. De todas maneras, todavía pocas de entre
ellas ejercen una profesión civil independiente o tienen
estudios superiores como es obligatorio para los numerarios.
Escrivá diseñó una observancia más
sacrificada para las numerarias. Así, entre otros preceptos,
ellas duermen en tabla y tienen que pedir permiso para beber
agua entre las comidas. Este último fue recientemente
abrogado. Por supuesto, las mujeres participan poco en el
gobierno y se limitan a aplicar en su ámbito las disposiciones
que toma el mando masculino. Tal estado de cosas ha originado
una crítica muy extendida a la condición femenina
en el Opus que muchas religiosas católicas consideran
una degradación de la situación de la mujer
en la Iglesia.
Poco a poco, el Opus Dei se clericaliza y hoy son sacerdotes
la mayoría de sus mandos nacionales y regionales. También
se incrementa la endogamia social y la mentalidad de fortín,
protección para los de dentro, gueto para los de fuera.
Porque muchos de sus socios numerarios nacen ya en un hogar
de supernumerarios, van a los colegios propios, a las Universidades
propias, de allí a Roma y, una vez entrenados, son
destinados a la burocracia interna o a la red educativa sin
ejercer una profesión civil ni tener experiencias mundanas.
Es el caso del actual Presidente, Javier Echevarría,
que muy joven se convirtió en el secretario de Escrivá
y se ha pasado la vida en Roma, ocupado en la burocracia interna,
sin tener estudios civiles ni experiencia profesional. Analistas
del fenómeno coinciden también en observar una
decreciente calidad social e intelectual de los nuevos afiliados.
La dedicación preferente a la enseñanza produce
una reconversión de las metas fundacionales. Ya no
se vislumbra ese despliegue de los opusdeistas por todos los
sectores de la sociedad civil, a modo de "inyección
intravenosa", como expresaba el fundador, sino una concentración
de esfuerzos en la educación de la infancia y la juventud.
El control de tantas instituciones de enseñanza abre
nuevos horizontes de influencia. Por una parte los centros
educativos se plantean como plataformas para la indoctrinación.
Animados por un papa muy militante y nutridos por ese neoconservadurismo
cíclico en la Iglesia, los maestros y maestras del
Opus se afanan por convencer a sus alumnos de la importancia
de mantener el modelo jerárquico de familia tradicional,
célula principal de la deseable sociedad orgánica
y se enrolan con entusiasmo en la causa antiabortista una
vez que la causa anticomunista ha perdido vigencia. Una nueva
Contrareforma calienta el apostolado de la Obra algunos de
cuyos sacerdotes ocupan cargos en la burocracia eclesiástica
relacionados con la censura y la persecución de los
clérigos que piensan por su cuenta. Tal activismo ha
hecho innecesario el diseño de una doctrina o teología
propias, ya sólo se trata de mantener la lealtad al
mensaje tridentino en su actual versión vaticana. Por
ello apenas hay en la institución teólogos dignos
de tal nombre, los pocos que querían serlo se han marchado,
como Raimundo Paniker o están muertos, como Alfredo
García. Podría decirse que el mundo del Opus
tiene que ver cada vez más con la disciplina grupal,
con el control del comportamiento y menos con la religión,
el pensamiento teológico aunque mantenga, en Pamplona
y en Roma, Universidades eclesiásticas, básicamente
especializadas en moral y derecho canónico. Escrivá
se enfadó mucho con los planteamientos aperturistas
del Concilio Vaticano II y estipuló, a la manera del
cardenal Lefêvre y otros líderes integristas,
unos modos de observancia que se traducen en un obvio fundamentalismo
doctrinal y en una alianza explícita o tácita
con las fuerzas sociales más conservadoras. La obsesión
de Escrivá con las novedades vaticanas le llevó
a confrontaciones permanentes con otros líderes eclesiásticos
declarando a sus hijos antes de morir que, tal como estaban
las cosas, el Opus Dei era el único grupo fiel al Evangelio,
ese "resto de Israel" bíblico al que Dios
confiaba la misión de volver las aguas a su cauce.
Como en otras instituciones de la Iglesia contemporánea,
también en el seno del Opus Dei se planteó en
su día la colisión entre los principios evangélicos
de caridad y solidaridad y las reglas de juego de la sociedad
capitalista y pronto se tomó partido por el éxito
individual en la competitividad del mercado. Uno de sus más
conocidos centros, el Instituto de Estudios Superiores de
la Empresa de Barcelona, con sucursales latinoamericanas,
lleva treinta años formando a sus selectos alumnos
en las técnicas del "management" a la americana
y proporcionando gerentes y directivos a las empresas que
los pueden contratar. Y para confirmar la apuesta, Rafael
Termes, expresidente de la patronal bancaria y uno de los
numerarios más conocidos, acaba de publicar "Antropología
del capitalismo" (Plaza y Janés, 1994), en el
que trata de probar el carácter natural, "cuasi
revelado" del sistema económico en el que cree
con tanta firmeza como en su fé.
Los colegios de la Obra tienen prestigio entre la clase media,
por su calidad técnica, por la atención tutorial.
Han heredado esa relación mezcla de cooperación
y complicidad con las familias y la creación de lazos
clasistas entre los alumnos que caracterizaba a la educación
jesuítica porque, como comentaba el padre Arrupe, "viendo
lo que ellos son hoy, veo lo que nosotros fuimos ayer y no
debimos ser nunca". Pero en ese éxito aparente
está el germen de sus nuevos conflictos, la acusación
por una gran parte del mundo católico de que el Opus
Dei practica el sectarismo de menores en gran escala. Y en
realidad no podía ser de otra manera. Los directivos
del Opus han tenido que modificar su estrategia proselitista,
su recluta de numerarios ante las nuevas circunstancias sociales.
En la primera época los numerarios procedían
de la Universidad y estaba prohibido, y mal visto, que chicos
jóvenes fueran por las casas de la Obra. La vocación
era cosa de hombres.
Hoy, sin embargo, el proselitismo es difícil entre
universitarios. Resulta más fácil aprovechar
la red de colegios propios y el calor de los hogares de los
supernumerarios para convencer a niños y niñas,
de quince y hasta menos años, de que Dios los llama
a una entrega total y para toda la vida. Esta tarea se convierte
en una obsesión para los maestros y maestras que se
comprometen a hacer "pitar", a reclutar a dos personas
al año como mínimo y, como consecuencia, no
dejan en paz a sus alumnos, en tutorías y en confesionarios,
generalmente con la complicidad de los compañeros de
éstos ya reclutados e igualmente obsesos. Ampliar el
número, "que seamos más" es la consigna.
Tan pesados se ponen que ha surgido una organización
norteamericana católica, la "Opus Dei Awareness
Network Inc.", para defender a las familias del peligro
opusdeista, que ha publicado una especie de guía para
padres, en varios idiomas. Y aunque en España no existe
tanta conciencia del peligro que representa esa precoz indoctrinación,
los latinos somos más gregarios y el Opus forma más
o menos parte de nuestro "hábitat", ya hay
organizaciones, como la catalana AIS, de asesoramiento e información
sobre sectas, que recibe habitualmente peticiones de ayuda
contra la indoctrinación opusdeista de menores. Porque
los modos secretistas e intimidatorios de la recluta escolar
se continúan cuando el niño, el adolescente
se hace del Opus. Apartamiento de la familia, censura de amistades
y lecturas, imposición de horarios, estudios y lugar
de residencia, manipulación de la conciencia, control
profesional y económico, una versión católica
y española de la grupalidad sectaria, hermética,
en la que la religión funciona básicamente como
cebo para atraer a nuevos sectarios. La antropología
opusdeística concibe a las personas como "robots"
programados desde pequeños para hacer lo que les digan
sus jefes y no tener dudas al respecto. (Véase mi "Sectas
católicas: El Opus Dei", en Revista Internacional
de Sociología, 1992). Todo ello, por supuesto, contradice
la versión oficial de que los socios del Opus son cristianos
corrientes, laicos libres, con total normalidad en sus relaciones
familiares y profesionales. Como decía una madre agraviada:
"Si tanto predican los valores de la familia tradicional
¿por qué tratan tan mal a sus propias familias?.
Un libro reciente, "Hijos en el Opus Dei", de Javier
Ropero (Ediciones B, 1993) pone de relieve esta situación
desde la perspectiva de quien la ha sufrido y luego ha reflexionado
sobre ella.
Como es lógico la mayoría de esos jóvenes
opusdeistas dejan de serlo apenas abren los ojos a la realidad.
Pero a muchos les cuestan duros conflictos de conciencia,
les crea situaciones anómalas de las que salen a veces
con heridas físicas y mentales. Dos hermanas bilbaínas
relatan en privado con horror la manipulación psicológica
y farmacológica que se hace de las vocaciones dubitativas
en la Clínica Universitaria de Navarra y tan asustadas
están que se niegan a dar sus nombres y a hablar en
público sobre ello.
La manipulación de las economías de sus socios
es paralela a la psicológica. Escrivá eligió
para sus numerarios un modo de vida copiado de los religiosos,
con votos de pobreza, castidad y obediencia, viable cuando
el religioso se margina del mundo pero notoriamente complicado
cuando se ejercen profesiones, se participa en empresas mercantiles
o, simplemente, se maneja dinero. Las reglas que obligan a
los numerarios en la gestión del dinero son harto complicadas
y se traducen en una especie de dominio eminente de los directivos
de la Obra sobre sus patrimonios. A diferencia de los supernumerarios
que sólo deben ceder a la organización el diez
por ciento de sus ingresos, los numerarios y agregados deben
entregar todo el dinero que ganan y sacar de la caja local
sólo lo que necesiten en períodos cortos y pedir
asesoramiento a sus superiores para comprar ropa, etc. No
pueden tener coche ni viviendas a su nombre y prácticamente
carecen de patrimonio ni ahorros salvo que sean utilizados
por la institución como "hombres de paja"
para los bienes comunes. Tal status es especialmente duro
cuando se abandona la institución que no concede derecho
ni indemnización alguna al respecto. Ni siquiera dan
de alta en la Seguridad Social a las mujeres cuya vocación
en el Opus es el servicio doméstico. Muchos hombres
y mujeres han tenido que reanudar su vida desde cero, privados
del dinero que aportaron al Opus o incluso del que heredaron
de sus familias que, reglamentariamente, hubieron de ceder
a la institución. Ello provoca, lógicamente,
el miedo a salirse en semejante desamparo y genera una perseverancia
basada en la resignación cuando no en el cinismo.
Particularmente violenta ha sido la reacción de la
jerarquía opusdeística contra los socios que
abandonan la institución y no se avienen a callar sobre
su experiencia. Bastante sonados han sido los casos de dos
mujeres españolas, ex numerarias. Una, María
Angustias Moreno, recibió toda clase de calumnias y
fue tildada de lesbiana por sacerdotes de la Obra como consecuencia
de haber publicado un libro en el que, desde un catolicismo
bastante convencional, criticaba el culto a la personalidad
de Escrivá que se practicaba internamente. (El Opus
Dei. Anexo a una historia, Planeta, 1976). La otra, María
del Carmen Tapia, antigua superiora de la Sección femenina,
está siendo demonizada por sus excolegas porque se
ha atrevido a hacer un relato pormenorizado de la manera despótica
y prepotente de gobernar que tenía Escrivá,
al que sirvió de ayudante en Roma ("Tras el umbral,
un viaje al fanatismo", Ediciones B, 1992. El libro ha
sido traducido al alemán, al francés, al portugués,
al inglés y al italiano).
Muchos obispos, empezando por el difunto cardenal Hume, de
Londres, se han quejado a Roma de este modo de proceder, sin
apenas conseguir más que reconocimientos en privado
porque la Curia conoce la particular devoción del papa
a la Obra y en una sociedad tan jerárquica como la
Iglesia católica no es costumbre llevarle la contraria
al mando. Pero bastaría que el siguiente papa no fuera
tan complaciente para que rebrotara aquella primera animosidad
eclesiástica contra la institución. A ello contribuye
la prepotencia con la que se comportan los hombres y mujeres
del Opus cuando pueden prevalerse de alguna influencia para
calumniar y machacar al adversario. Historias no faltan y
hay muchas cuentas pendientes en esas tradicionales peleas
en torno al poder vaticano. Mientras tanto, el carácter
sectario de la institución se documenta y reconoce
en ámbitos judiciales y políticos civiles. Recientemente,
una Comisión del Parlamento belga ha incluido al Opus
Dei en la lista de las sectas peligrosas para la juventud
teniendo en cuenta, entre otros factores, las protestas de
muchas familias cuyos hijos han sido objeto del implacable
proselitismo opusdeista.
Los directivos de la Obra esperaban mucho de la llegada al
poder del Partido Popular y confiaban en que su gente iba
a tener una importante cuota de poder. Sin embargo, los primeros
resultados no son muy alentadores. Ningún opusdeista
ha llegado a los ministerios importantes para ellos, desde
luego no al de Educación y eso que el numerario Andrés
Ollero había hecho notorios méritos para ocuparlo.
Algunos de los líderes populares se ponen nerviosos
cuando se les acusa de contaminación opusdeística.
Y es que el Opus Dei ha heredado también de los jesuitas
aquella mala fama de la que éstos gozaban en épocas
pasadas. La influencia pública del Opus es más
importante en el mundo de los negocios, a través de
los cientos de administradores y empresarios criados a su
sombra que comparten la fé de Termes en el modelo de
mercado y prefieren que el Estado intervenga en las costumbres
sexuales más que en las otras.
Miembros de la Compañía de Jesús, de
otros grupos católicos y algún obispo no están
muy conformes con que el PP haya entregado a un hombre del
Opus la Dirección General de Asuntos Eclesiásticos.
El nombramiento del canonista Alberto de la Hera garantizará,
sin duda, la sintonía entre el Gobierno y el Vaticano,
una cuasiconfesionalidad vergonzante mientras duren las actuales
circunstancias en Roma y en Madrid.
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