ADOLESCENTES
EN EL OPUS DEI
Enviado por Rulo Loco el 17 de octubre
de 2003
La imagen de una pequeña gitana negándose al
casamiento en el mismo momento de la boda dio la vuelta al
mundo. Luego por insistencia de su padre la ceremonia se realizó.
Los tiempos modernos y el contacto con el resto de la civilización
hacen que muchos niños gitanos hoy no quieran casarse
obligados, sin embargo los casamientos arreglados continúan.
El gobierno de Rumania ha prohibido el casamiento de menores
en ese país para preservar especialmente a los pequeños
de la comunidad gitana. Gobiernos, iglesia, sociedad, personas
pueden y deben actuar cuando los menores corren algún
peligro o cuando los progenitores o quienes deberían
velar por ellos no lo hacen.
La imagen de la pequeña gitana dio la vuelta al mundo.
Y por mi cabeza dio vuelta hacia mi vida como numeraria del
opus dei a los quince años. El ingreso al opus dei
puede hacerse a partir de los 14 años y medio. La cifra
no es antojadiza, de este modo ellos pueden negar la pertenencia
a la prelatura porque a los seis años y medio de pedir
la admisión se realiza la fidelidad o compromisos definitivos.
Pero las normas, las obligaciones y la vida de un numerario
de 14 y medio es igual a la de los adultos. Mientras ellos
pueden negar que hay adolescentes en el opus dei, el de fuera
no puede hacer nada. a Iglesia, el Estado y las personas no
tienen mucha idea de lo que pasa allí.
Así fue como a los 15 años decidí lo
que sería el resto de mi vida. Me entusiasmaba el santificar
al trabajo vibraba con que en la Obra no te sacan
de tu sitio, te piden que te quedes y santifiques lo que haces,
el estudiante se le pide que estudie, al medico que cure y
así cada uno lo suyo, el iluminar los caminos
de la tierra con la luminaria de la fe y del amor me sigue
conmoviendo aún y tiene total significado para mí,
claro que no con los oscuros métodos del opus dei.
Sabía pocas cosas cuando escribí la carta al
fundador para pedirle la admisión, sabía que
era del todo y para siempre. Sabía que
las numerarias no nos casábamos y no mucho más.
El del todo y para siempre era un cheque en blanco. La niña
se había comprometido en serio.
A los quince años era rebelde, claro y en el opus
dei encontré un excelente cauce para esa rebeldía.
En mi interior ya no obedecería a mis padres nunca
más, obedecería ciegamente a las directoras
sin justificarme y sin usar el es que, pensé
que, creí que...
Asistía a un club del opus dei, cuando le dije al
director espiritual que quería ser numeraria luego
de que me hubiera planteado el asunto mi amiga también,
le dije que no entendía bien por qué existía
el opus dei siendo que esa llamada a la santidad la tienen
todos los seres humanos. El sacerdote me dijo que ya me daría
cuenta yo. Treinta años después hoy me hago
la misma pregunta.
Cuando en la charla semanal con la directora asomaba dudas:
me parece que esto no es para mí, no tengo vocación,
soy muy chica, me respondían que Dios había
elegido a los pastores de Fátima y tenían muchos
menos años o que había elegido a la virgen María
cuando era muy joven. Y me parecía una respuesta convincente.
Y ante cualquier pensamiento de salirme me sentía comprometida
con la palabra empeñada. Ya habíamos quedado
que era del todo y para siempre y allí estaba para
cualquier cosa que me pidieran. Conforme me fui enterando
lo que ya no podría hacer nunca más o lo que
estaba obligada a hacer en las clases de primera formación
que recibía individualment,e ya no había derecho
al pataleo y a decir esto no me parece.
Así a los quince años usaba dos horas de cilicio
cuando iba al club. Hay un cilicio igual al que usan los numerarios
en la película "Átame" de Almodóvar
donde hay un personaje del opus dei y sale un primer plano
del cilicio exactamente igual al que usé durante trece
años; también usaba las disciplinas, que es
un látigo con cinco puntas de hilo de algodón
trenzado, para este caso no tengo cita cinematográfica.
A los quince años hacía todas las normas de
piedad: diariamente misa, oración, lectura espiritual,
rosario, una oración en latín exclusiva de los
socios llamada preces; circulo, confesión y charla
semanales, un retiro mensual de todo el domingo, un retiro
anual de cinco días, y un curso anual de treinta o
cuarenta días según los años que suplantarían
las vacaciones.
A mí si no me agarraban a los 15 no me agarraban
nunca más espeté en una de esas conversaciones
de pasillo que estaban muy mal consideradas ya que no era
la charla fraterna semanal que debía tener con una
directora asignada años después cuando ya estaba
en los veintipico. Mi interlocutora opinó lo mismo
para el caso de ella. De hecho en el opus dei se considera
el trabajo apostólico con adolescentes, la labor encomendada
al arcángel San Rafael como el semillero de la
Obra. De allí salen la mayoría de las
numerarias. Son más en proporción las que, al
menos en esa época, se vinculaban mediante los clubes
de bachilleres o las residencias universitarias. Las numerarias
en general pedían la admisión mientras estaban
en la escuela o en los primeros años de la carrera.
En la adolescencia, el momento que se esbozan las líneas
de la personalidad, se va metiendo un adoctrinamiento compulsivo
y sin respiro que va a hacer que esa persona se identifique
absolutamente con el opus dei y que vaya modelando su forma
de ser con las exigencias de la prelatura. ¿Cómo
hace este proceso para que todo lo que a un joven le puede
parecer raro lo vaya incorporando a su vida sin
chistar? Es un proceso muy eficiente amparado en los compromisos
previos y en la conciencia de una llamada divina a la que
atender. Todo lo que ahora rememoro que se me representa como
una vida lejana y estrafalaria me lleva a preguntarme ¿cómo
pude vivir así? Lo fueron inculcando y machacando y
repitiendo y exigiendo en una edad en la que no se conoce
la vida, y ni siquiera se sabe cómo va a ser esa personalidad
finalmente, de adulta. A todas estas numerarias adolescentes
las dirigen otras que son jóvenes pero algo más
grandes, lo que constituye algo inusual, no es común
que adolescentes tengan amigas algo mayores. Ese
vínculo favorece el adoctrinamiento ya que la palabra
de esa joven será escuchada con atención y respeto.
No le digas todavía a tus padres, no lo entenderían
y la vocación hay que cuidarla. Mis padres no
sólo no eran del opus dei, mi padre ni siquiera iba
a misa y la oposición era férrea. Asimismo a
los hijos de supernumerarios que pedían la admisión
se les indicaban que retrasaran el decírselo a sus
padres. Ellos eran supernumerarios pero también eran
padres.
Ya no fui de vacaciones con mis amigas ni al viaje de egresados.
La vida normal de una numeraria en medio del mundo es muy
complicada de sostener.
Ese verano en las sierras con mi familia, ante mis comportamientos
bizarros, un primo me preguntó si era numeraria, yo
le dije no. Entonces, llena de remordimiento,
me sentía en parte traidora por haber negado a la obra,
escribí a las directoras y me contestaron que me quedara
tranquila ya que hasta que no se hacen los compromisos definitivos
uno no es legalmente del opus dei. Siendo el opus dei un instituto
secular, o prelatura personal o los distintos estados legales
por los que pasó siempre inculcaron a los jóvenes
de 14 y medio que desde que se escribe la carta de admisión
se viven todas las normas y costumbres igual que la viven
los que llevan cuarenta años en la institución.
El curso anual de las vocaciones recientes era de 30 días
y en algunos años fue de 40 días, como para
evitar que los padres las llevaran con ellos. Yo tenía
muchas dificultades para conseguir este permiso y cuando se
acercaba el verano era todo un problema que se me planteaba.
En esos días de curso anual que suplantaría
las vacaciones se machacaba por activa y por pasiva el espíritu
del opus dei. Cada día había meditación
y misa, clase del sacerdote, deporte de 11.30 a 13, almuerzo;
por la tarde, seguían las clases de latín, canto,
espíritu, rosario y a veces algo de deporte otra vez.
No era precisamente un plan vacacional all seasons, era un
plan de adoctrinamiento para una adolescente: para aprender
"el buen espíritu de la obra".
A los quince años ya no fui más a fiestas.
A las fiestas de quince de mis amigas ni a reunión
alguna mixta, al cine, al teatro, a espectáculos musicales
tampoco. Ni al casamiento de mis primos.
El criterio de la prohibición de ir al cine era que
si salíamos con una amiga debía ser para hacer
apostolado y en el cine estaríamos perdiendo el tiempo
porque se debía atender a la película. Era difícil
de sostener pero yo lo cumplía a rajatabla, de un día
para el otro nadie entendía qué me pasaba. Finalmente
mis amigas me dejaron de invitar por cansancio.
Un viernes yo estaba en el centro del opus y llamaron unos
amigos a mi casa para avisar de una despedida que se hacía
a uno que se iba a vivir a otro país. Dejaron el mensaje
a mis padres que me llamaron para que fuera inmediatamente.
Yo vivía en los suburbios y la directora contó
esto al supernumerario, padre de otra numeraria adolescente
que me llevaba de regreso a mi casa que ya en aquel entonces
era la casa de mis padres. El supernumerario en
cuestión tardó aproximadamente dos horas en
hacer un viaje de media hora, un viernes de tarde; fue a arreglar
el coche y no sé cuántas vueltas dio. Finalmente
llegué tan tarde que ya dije que no iba. Esta y otras
escaramuzas había que inventar para evitar cualquier
salida.
Quince años después, trece de estar en el opus
dei y dos de andar por otros países me reencontré
con algunos de mis amigos y amigas de la adolescencia y hoy
mantenemos una amistad que ha superado aquellos obstáculos.
Luego de los años, una amiga me comentó que
ella pensaban que no me gustaban las fiestas y por eso finalmente
me había metido en el opus dei. Era lo contrario no
iba a las fiestas porque ya de tan chica era numeraria.
En ese momento las numerarias no usaban pantalones. Se usaban
faldas aún para el deporte, faldas con zapatillas,
una vestimenta típica de numerarias. Se las podía
reconocer de lejos. En una oportunidad íbamos con el
colegio a conocer una fabrica metalúrgica para lo cual
no iríamos con el uniforme sino con pantalones. No
fui. El fundador Escriba, lo hemos escuchado personalmente
y visto en películas, hacía una comparación
entre las mujeres en pantalones y el mapamundi.
Alos quince años entregué las joyas, todos
los recuerdos y regalos familiares, y demás muestras
de cariño que había recibido en distintos momentos
de mi corta vida. Y a partir de allí entregaba todo
lo que me regalaran mis padres y mis amigos. La plata que
me daban mis padres para los gastos la entregaba a la secretaria
del centro y luego ella me daba siempre menos, para los gastos.
Más que para movilidad, no gastaba.
Los sábados a las dos de la tarde tomaba el colectivo
para ir a la meditación de vocaciones recientes,
y luego de la meditación, la bendición y la
confesión. Me dedicaba muchas tardes a planchar las
cosas del oratorio. Amitos, purificadores, todos con las medidas
y pliegues reglamentarios, eran de hilo y se planchaban húmedos,
de modo que el vapor me empañaba los anteojos.
Cuando llegaba el boletín con las calificaciones del
colegio además de hacerlo firmar a mi padre lo debía
ver la directora.
Desde los catorce años iba a una villa (barrio marginal)
a enseñar catecismo con las del club. A los quince,
cuando ya era numeraria, me enteré que en ese apostolado
no nos interesaba la gente de la villa sino las chicas que
iban de catequistas, que de ese modo demostraban vocación
de servicio, interés por los demás, generosidad
con su tiempo, y así reconoceríamos a las valiosas
que podrían tener vocación. Fui a la villa hasta
los 20 años como encargo apostólico.
Yo realmente disfrutaba el vínculo con esas personas
de origen tan distinto al mío, hablaba con las madres,
recorría, me metía en las casas. Esa tarea finalizó
abruptamente. Yo era la responsable y el sacerdote a cargo
era un salesiano buenísimo pero que sólo iba
los domingos a dar misa y el día de la primera comunión.
Ese día era una verdadera fiesta, los chicos de la
villa estaban elegantísimos, con camisa, pantalón
de tela y peinadísimos y las niñas con vestidos
de princesas, con gran esfuerzo económico y orgullo
de los padres. Era una celebración. Un día el
obispo designó a un joven sacerdote con ganas de dedicarle
más tiempo y se presentó en el lugar diciéndonos
que íbamos a tener reuniones periódicas y nos
pidió que cambiáramos el catecismo de las preguntas
y respuestas por el libro de preparación de la comunión
que se usaba en la diócesis. Ese libro no fue aceptado
en el centro y me dijeron, de buenas a primeras, que le tenía
que decir al sacerdote con alguna excusa trivial que no podíamos
ir más.
Cuando el párroco de la iglesia donde cuatro ancianas
y yo íbamos a misa de ocho cada día, me preguntó
si podía ser catequista en la parroquia. Fui a consultar
a las directoras y me dijeron: decíle que no, que ya
vas a la villa a enseñar.
Me explicaron que siempre hay una directora aunque no la
haya, si en alguna oportunidad hay dos numerarias sin cargo
de gobierno y hay que decidir algo, siempre la que ingresó
antes tiene prioridad de directora, la que ingresa hoy es
mayor a la que ingresará mañana y la directora
siempre representa al Padre. Había una
clara diferenciación entre las numerarias que hacían
vida comunitaria en el centro y las adscritas
que eran las que aún vivían con sus padres.
En muchas ocasiones eran llamadas despectivamente en la meditación
del sacerdote vil adscrita porque aún vivían
con sus padres. En algunas meditaciones de las numerarias
que habíamos ingresado hacía poco, el sacerdote
hacía alusión a las posibles vocaciones con
una gran metáfora del mar y la pesca y hablaba de las
vocaciones de numerarias como de pescados top,
como el salmón y las que serían supernumerarias
eran llamadas supermerluzas, que es el pescado
más barato y sencillo en mi país. Este microcosmos
hubiera constituido un festín para los estudiosos estructuralistas
de las sociedades de clases.
El plan de primera formación es un conjunto de clases
con todo lo que vive una persona del opus dei, con las normas
y el espíritu y se le da a los que piden la admisión.
A los dos o tres años de mi incorporación yo
estaba dando esas clases, de modo que con 17 o 18 años
enseñaba a las de 14 o 15. Así iba reforzando
y sellando mi camino.
A los quince años ya no leería más nada
sin consulta previa. Cada año mostraba la lista de
los libros que leeríamos en el colegio y así
fue como La Celestina inauguró la larguísima
lista de los libros que no pude leer entonces.
Sin embargo, en muchas ocasiones eché mano del antiguo
testamento que leía con bastante asiduidad porque me
gustaba y que no pregunté si se podía leer o
no, daba por supuesto que sí, aun que hoy dudo cual
sería las respuesta ya que tiene escenas por cierto
censurables para la mentalidad numeraril. Se nos
decía que hay gente mayor de la obra con criterio,
que eran los encargados de leer los libros. Por supuesto que
larga era la lista de los prohibidos.
A los quince años me enteré que las numerarias
dormían en tabla, y sólo ellas. Esto no pasaba
en la sección de varones. Sobre la tabla se ponía
una frazada y luego se hacía la cama como se podía
sobre esa frazada. Sobre todo eso se ponía el colchón
y la colcha para que en los centros como el club que las que
no eran del opus también circulaban por las habitaciones
no se notara el adefesio.
Me dijeron antes de escribir la carta de solicitud de la
admisión como socia numeraria que debía visitar
al médico. Porque las numerarias tenían que
ser sanas, pero en mi caso, como tenía muchas dificultades
para ir al club por lejanía y por prohibición
de mis padres me preguntaron si estaba sana y: ¡adelante!.
Recuerdo a Juana, una adolescente que cuando se había
decidido a ser numeraria, luego que le plantearan
la vocación al ir a la consulta con la doctora le fue
denegada la admisión y le sugirieron ser supernumeraria.
Fue un golpe muy duro para ella; se cuestionó que en
realidad tenía esa vocación ya que los mismos
que se la habían propuesto se la negaban por un tema
de salud. ¿Es que Dios no sabía todo esto? ¿En
dónde se produce la vocación antes de la creación
del mundo o en el consultorio del médico? ¿Quién
se equivocó?
Ese verano luego de volver del curso anual noté la
ausencia de una numeraria que vivía en el club. Al
preguntar a mi directora aprendí lo que de allí
en más sería una costumbre instalada, el ocultar
que una persona se va o se fue, me dio una explicación
contradictoria, me dijo que estaba en la casa de sus padres
pero que ella no duda de su vocación. Nunca
volvió al centro pero yo aprendí que el camino
de salida es un gran secreto y un gran tabú. Se las
tragaba la tierra. Era como las creencias precolombinas acerca
del horizonte y el fin de la tierra, allí en la línea
había monstruos terribles y ellas desaparecían
para siempre.
Mis padres consultaron con una psicóloga y me llevaron.
Cuando llamé al club para avisar se armó un
gran revuelo. Con los años me daría cuenta que
las personas del opus dei que van al psiquiatra y consumen
gran cantidad de psicofármacos tienen una idea reduccionista
de lo que es el tratamiento psicológico y la salud
mental. Les dicen que todo es biológico porque falta
una encima o sobra una hormona o un aminoácido. No
existe un tratamiento en el plano de lo psicológico.
Yo tenía una actitud de tan poca colaboración
en la consulta que la psicóloga me dijo que no volviera
más.
Cuando murió el fundador llegó la revista Noticias,
una revista interna, de la sección de mujeres, con
muy buen papel satinado, repleta de fotos y las notas de los
funerales. Comenté en la charla que me había
parecido exagerada la reacción de una numeraria al
mirar las fotos y me dijeron que pidiera a Dios que aumentara
mi amor al padre. En ese momento aprendí
a teclear a máquina, -era una de las encargadas de
pasar todos los testimonios de las numerarias acercad del
fundador-, testimonios pasados y corregidos por el ojo con
criterio de las directoras del centro. Todas tuvimos que escribir
recuerdos del fundador al que yo había conocido en
su paso por mi país.
Cuando fue el mundial de fútbol en 1978 y la Argentina
obtuvo el título, la gente salía a la calle
a festejar cada triunfo; las del club salimos el primer día.
Luego llamaron de la asesoría para que no saliéramos
a festejar a la calle. Me explicaron un criterio que no encajaba
demasiado en el caso: que no hacemos manifestaciones en grupo
y si nos veían en la calle parecería que íbamos
las del opus dei a los festejos del mundial.
Hasta la mayoría de edad mis padres no me permitieron
ir a vivir en comunidad, sin embargo hice intentos de quedarme
en varias oportunidades. Después de algún curso
anual, mis padres me iban a buscar al centro con gran disgusto
y bajo amenaza de dar cuenta a la policía.
Yo hice esta vida desde los quince años por compromiso,
por fidelidad y por que estaba convencida. También
por rebeldía.
Hoy mismo hay adolescentes en todo el mundo que pueden estar
viviendo algo así. El Opus dei puede estar sustrayendo
el desarrollo de su personalidad genuina.
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