LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE LA FAMILIA
ALBERTO
MONCADA*
El País -Edición
Valencia-, julio 2006
El signo más importante de la modernidad, del cambio del Antiguo
Régimen al sistema democrático, es que la familia deja de ser la primera unidad
social y pasa a serlo el individuo. La unidad de decisión electoral es la
persona y, sobre todo, la persona
individual es la protagonista de la vida jurídica, de los contratos, de los
acuerdos. Ello es perfectamente compatible con que en el mundo capitalista la
unidad principal sea la empresa, la corporación mercantil pero hasta ésta ha
tenido que recabar de la legislación el reconocimiento de la ficción persona
jurídica como fuente de imputabilidad.
Instituciones importantes como el matrimonio incluyen su condición
contractual, su subordinación a la voluntad individual, al prever su
disolución, algo que también negaba el Antiguo Régimen y que sigue negando ese
invento eclesiástico, el matrimonio canónico, al imponer que la institución
está por encima de las personas.
Esto no quiere decir que la familia no tenga importancia o
reconocimiento social pero, de un tiempo a esta parte, se están creando
instancias y levantando voces en defensa de la familia con la excusa de que la
institución está amenazada de muerte por las nuevas costumbres, por las nuevas
políticas, algo que no tiene el menor fundamento sociológico. Nunca como hasta
ahora ha habido lazos más fuertes entre generaciones, los padres protegen a sus
hijos de las carencias en materia de vivienda y empleo teniéndolos en casa
hasta cada vez más mayores, los abuelos hacen de canguros de sus nietos ante la
doble militancia laboral de la pareja y los hijos, y sobre todo las hijas,
cuidan de sus padres ancianos con notorio sacrificio personal. En suma la
familia es la principal defensa de las personas contra las durezas de un
sistema económico cuyos líderes se llenan la boca elogiando a la institución
pero apenas toman medidas para proteger
la natalidad, la maternidad y la ancianidad. De hecho, el sistema utiliza a la
familia como alternativa barata a su inacción política y sus dudosas
prioridades fiscales. En ese sentido
Francia sigue siendo ejemplar. Francia es el lugar de nacimiento de la
soberanía del individuo, el lugar donde el súbdito se transformó en ciudadano y
hoy es el único país europeo cuya fertilidad nativa crece debido a la protección oficial al
embarazo y sus consecuencias. España es de los países europeos más retrasados
en apoyo a la familia, basta citar que tenemos el mayor déficit en plazas
públicas para residencias de mayores.
En realidad cuando los partidos o movimientos conservadores, y en
especial la Iglesia católica, hablan de defender a la familia lo que de verdad
piden es la vuelta al patriarcado, es decir, a un modelo de familia en la que el padre tomaba
las decisiones en nombre de todos y sin contar con ellos y era el participe en
su nombre de una red orgánica de poder
sustituida por la democracia tras la Revolución francesa. Solo en los
ámbitos mafiosos persiste el dominio eminente del “padrone”
en base unas estructuras de lealtad incondicional que reproducen el modelo
predemocrático. Es la tradición del Sur italiano, cuna de todas las mafias. Y
cuando instituciones religiosas, como el Opus Dei, dicen de sí mismas que son
una familia, en el fondo reconocen que tienen una estructura mafiosa en la que
el padre tiene la última palabra.
En los últimos tiempos estamos asistiendo a una politización de la
familia, tratando de utilizar esas nostalgias para frenar los progresos de la
libertad individual y los derechos humanos en la profundización de la
democracia.
Su primer capítulo nació en América Latina, y concretamente en Brasil
donde un abogado de la extrema derecha católica , Plinio
Correa de Oliveira y un sacerdote jesuita, Walter Marieux,
director del secretariado internacional de las Congregaciones Marianas,
fundaron el movimiento “Tradición, Familia y Propiedad” en 1960. El movimiento
se extendió a Argentina y otros países latinos y en 1990 estaba presente en 22
países, siendo su principal órgano de difusión la revista Catolicismo. El movimiento
trata de implantar un modelo de democracia orgánica, con un jefe militar a ser
posible. La versión chilena, “Patria, Familia, Propiedad”, prosperó mucho bajo
Pinochet y entre sus miembros destacó el fundador de la colonia “Dignidad”,
tristemente famosa por la violación de derechos humanos que ocurría en su
interior y cuyo fundador está hoy procesado.
La doctrina pro familia se incorporó a los programas electorales
del partido republicano estadounidense
desde Reagan en su afán de reclutar el voto del
neoconservadurismo cristiano y se ha convertido en el epicentro del propósito
de los actuales líderes de la Iglesia católica por recuperar la confesionalidad
del Estado desde que el papa polaco inició el desmantelamiento de los
postulados del Concilio Vaticano II. De hecho, el nuevo Papa viene a Valencia a
un Congreso sobre la familia, organizado por grupos que buscan no tanto promover políticas de apoyo económico a la
familia como hacer política conservadora. Es lo que hace el presidente Bush cuando exalta a la familia, aunque la suya no sea
especialmente ejemplar, mientras trata de privatizar la Seguridad social y
disminuir sus prestaciones en beneficio de otras prioridades fiscales más
belicosas. De hecho, la política conservadora pro familia se convierte en
aliada de lo que pretende atacar, el individualismo feroz cuyos vicios
proclama. Porque lo pro familia es, sobre todo, pro mi familia, un instinto de
reducir mi solidaridad al grupo más íntimo, lo cual debilita obviamente nuestra
preocupación por lo común, por lo de todos, la naturaleza claramente social de
la condición humana.
Al final los movimientos pro familia ven como su principal cometido
apear a los partidos progresistas del poder político como lleva intentado la
Iglesia católica desde que fundó la democracia cristiana en Italia. Y es que los
líderes vaticanos no terminan de aceptar que la religión es un sentimiento
personal y que la conciencia religiosa
cada vez soporta menos
intermediarios entre ella y el Absoluto. La Reforma protestante fue el primer
capítulo de este proceso de maduración y despolitización del sentimiento
religioso y hasta que el Vaticano no haga esa reforma su principal ocupación y
su más fervorosa clientela tendrán objetivos políticos de la mano del partido
popular en España o del republicano en USA.
*Alberto Moncada es
presidente de Sociólogos sin fronteras